VIDA DE LA MADRE MARAVILLAS
INTRODUCCIÓN
La Madre Maravillas ha adquirido después
de su muerte una gran resonancia en el Carmelo y aun en toda la Iglesia. No nos
extrañemos de que sea la que menos ha tardado en subir a los altares entre
todas las Carmelitas: veinticuatro años escasos. La Santa Madre Teresa tardó
treinta y dos y la misma santa Teresita, veintiséis. Es un número récord. Se la
ha llamado la santa Teresa del siglo XX.
Con razón. Sus fundaciones y su vida han impresionado mucho. Y su
presencia y actuaciones han tenido un eco providencial y profético. Esta
pequeña biografía de urgencia, con motivo de su beatificación, quiere ser un
humilde homenaje a esta mujer extraordinaria, es decir, a la gloria de Dios,
porque todo es gracia.
1. Ambiente familiar
En la Carrera de San Jerónimo, nº 28, hoy
40, en el corazón de Madrid, nacía una niña (cuarta de sus hermanos) hija de
don Luis Pidal y Mon, y de doña Cristina Chico de Guzmán, Marqueses de Pidal,
el día 4 de noviembre de 1891. Estaban entonces en Roma, pues don Luis era
embajador ante la Santa Sede, pero vinieron a España para que el hijo que
esperaban, naciera aquí. La niña fue bautizada poco después, el día 12, en la
parroquia de San Sebastián.
Personaje importante don Luis Pidal.
Junto con su hermano, el filósofo don Alejandro Pidal, había creado en 1881 el
partido político “La Unión Católica”, un movimiento que recibió los plácemes de
León XIII y de casi todo el episcopado español, pero que fracasó en su empeño,
a causa de las divisiones entre los católicos: integristas, carlistas,
“mestizos” llamaron a los “pidalistas” porque desde una perspectiva cristiana quisieron tomar parte en la
política “conservadora”, a fin de velar por los intereses de la Iglesia y
Órdenes Religiosas. Por eso ambos Pidales aceptaron ministerios, y don Luis la
Embajada del Vaticano y la Presidencia del Consejo de Estado, desde donde pudo
conseguir, entre otras cosas, evitar una ruptura en 1910 entre la Santa Sede y
España. Condecorado repetidas veces, entre otras distinciones, con el preciado
“Toisón de oro”, murió santamente el 19 de diciembre de 1913.
En un ambiente, pues, de profunda
religiosidad, de alta cultura y de eminente distinción social se inició la vida
de Maravillas Pidal.
La infancia
Transcurrió en familia. Su abuela
materna, doña Patricia Muñoz, se encargó principalmente de la educación de la
niña. Era una persona piadosísima, que vivía su viudedad como una religiosa, en
austeridad y en caridades. Pasaban muchas temporadas en Carrascalejo, cerca de
Bullas (Murcia) o en Santa María, cerca de Tarancón (Cuenca), en fincas de los
abuelos maternos.
La niña, desde los primeros años, se
revelaba avispada e inteligente. Ese contacto con la naturaleza vino, sin duda,
muy bien para su formación humana y práctica. Y, sobre todo, inclinada a la
virtud, el clima familiar no era para menos. Recibió la primera comunión el 7
de mayo de 1902. No fue a colegios, sino que aprendió con institutrices y
aprendió inglés y francés y cultura general. La mujer comenzaba entonces la
conquista de los estudios superiores pero entonces no era fácil.
La infancia fue en su conjunto una
infancia normal, con sus juegos y travesuras con sus hermanos y amigas. Sólo
una cosa hay que destacar: a los cinco años hizo voto de castidad en el desván
de casa llevando de testigo (creía que eso era necesario) a una criada. Sería
un voto a su modo. Pero respondía a un contenido serio. Madre Maravillas
repetiría, años después, que su vocación a la vida religiosa nació con ella. Y
esto objetivamente es verdad. Las semillas de la especial manera de vivir cada
uno la vida cristiana quedan sembradas con la gracia bautismal, y luego la
descubre (si es que hace por descubrirla) cuando y como Dios quiere y da
capacidad para ello. Esta gracia de intuir infantilmente su vocación religiosa
la recibió muy pronto la niña y nunca se
le borró del alma. Más adelante la renovaría más conscientemente.
Entre sus defectos estaba el genio vivo,
que a veces manifestaba en sus juegos, pero del cual, con actos enérgicos, se
fue dominando decididamente.
Juventud
Su juventud fue la que podía esperarse de
su ambiente familiar y social y de sus buenas cualidades.
Tuvo que alternar con sus familiares en
reuniones y fiestas de la alta sociedad de sus tiempos. Fueron los de la falsa
pacificación alfonsina, cuando España se adormecía con una alternancia política
de conservadores y liberales, mientras los acontecimientos y los movimientos de
fondo anunciaban tiempos cada vez peores. La Institución Libre de Enseñanza, el
Socialismo, la pérdida de las últimas colonias, la semana trágica de Barcelona,
la anarquía que se siguió a la primera guerra mundial, etc. El Marqués de Pidal
tuvo que actuar desde dentro, y pudo informar muy bien a su hija, con la que se
entendía magníficamente. Ella le acompañaba muchos ratos charlando de religión,
de historia, de política… y tocando con él el piano a cuatro manos, etc.
Tuvo que asistir a fiestas y reuniones
sociales, siempre con la discreción y delicadeza en todo de su familia. Nada menos bueno hubo de reprocharse nunca.
Enseguida se puso bajo la dirección del
padre Juan Francisco López, santo y sabio jesuita, que la fue llevando a una
madurez espiritual más profunda, y la animó a dedicarse a una vida de caridades
múltiples. En Carrascalejo, en Tarancón, y sobre todo en Madrid con sor Julia,
Hija de la Caridad, Maravillas derrochó sacrificios y dinero visitando a los
pobres, catequizando en el barrio de las Injurias, acompañada siempre por
alguna persona. Para sus visitas solía alquilar un “simón”, coche de alquiler
de la época, y no utilizaba el de sus padres, salvo alguna excepción.
¿Y su vocación? En 1913 moría su padre,
como dijimos. Maravillas le asistió continuamente día y noche en su larga
enfermedad; fue un momento para ella durísimo. Sus hermanos, Niní y Alfonso, se
habían casado, quedaba sola su madre. Y
el padre López dijo que no por entonces. Su
misión inmediata era atender a su madre y a sus caridades. (Nótese que
de la “justicia social” no se hablaba entonces, que en ese aspecto los
católicos perdieron el tren, a pesar de iniciativas y esfuerzos generosos de
muchos, que fueron preparando el camino).
Esperar años… Deseosa, pero serena, con dominio perfecto de sí.
¿Cuándo? Cuando dé permiso su madre… ¿Dónde? Un día su prima Dolores Pidal le
ha hablado del Carmelo y Maravillas ha comenzado a conocer a las Carmelitas (en
San José de Ávila, etc.). Esto le ha encantado: encerrarse, que se olviden de
ella, oración, silencio…, pues responde a sus más íntimas querencias. ¿El
lugar? Un día ha ido con una amiga a visitar a las Carmelitas de El Escorial
(Madrid). Y dio con su sitio. Pero el padre López le ha prohibido hablar de
ello en un año, y Maravillas calla. Estando en Covadonga, se cumple el tiempo
prescrito por su director. Maravillas le escribe: “Padre, quiero que sepa que
yo sigo pensando lo mismo”. Y, Dios lo hizo posible. Poco después, su familia,
en San Sebastián, cayó con la epidemia mortal de la gripe, y ella, a pesar de
los ruegos de su madre, voló a atenderles, hasta caer ella misma con la gripe.
Estuvo gravísima. Esto hizo reflexionar a su madre. Si hubiera muerto su hija,
la habría perdido mucho más que si se fuera al convento. Y le dio permiso. Para
las dos era un gran sacrificio, pero Dios ha de ser “el mejor servido” siempre.
2. El Carmelo
El Carmelo de El Escorial había sido
fundado por la Madre María Josefa del Corazón de Jesús, del Carmelo de
Salamanca, en 1910. Era hija de los barones de Andilla, y quiso emplear su
fortuna en la nueva fundación. Sería, dada su devoción al Sagrado Corazón, uno
de los primeros que llevarían ese nombre en España. Era mujer de grandes
cualidades y deseos. El convento está situado en lo más alto de El Escorial,
dominando el monasterio y el caserío del pueblo.
La amiga de Maravillas pasó sola al
locutorio, mientras ella hacía oración en la iglesia. Luego fue llamada, pues
querían saludarla y conocerla las monjas. La pequeña de Pidal ¿no tendría
vocación? Madre María Josefa dio en el clavo. “Claro, hay personas que hacen en
el mundo una vida buena, muy buena si se quiere, pero siempre haciendo su
propia voluntad… Además, todo el mundo las aplaude, las tiene por santas. Esa
aureola hace más fácil cualquier sacrificio que se haga. Dentro, ¡ya es otra
cosa!, aquí aparece todo en la verdad”. Maravillas decide en su interior:”Esta
maestra es la que a mí me conviene”. Sí, será Carmelita en El Escorial, allí la
llama Dios.
Vencidas las últimas resistencias, el día
12 de octubre de 1919 entraba en El Escorial de postulante, y tomaba el hábito
el 21 de abril del 20. Este acto tuvo su resonancia elogiosa hasta en la prensa
liberal de entonces. Al año siguiente, el 7 de mayo, hacía sus primeros votos.
La Hermana Maravillas fue una novicia y
luego una profesa “perfecta”, como suelen ser muchas otras. Tenía veintisiete
años y mucha madurez humana. Supo adaptarse enseguida al nuevo género de vida
del convento. No sin algunas dificultades, como la de una rodilla enferma que
le impidió durante algún tiempo ejercitarse en algunos trabajos, teniendo que
hacer la oración sentada mientras las demás estaban de rodillas. Fue para ella
una verdadera humillación. En 1924 la gripe invadió a toda la comunidad, sólo quedaron
en pie las tres más jóvenes, que lo atendieron todo.
La Hermana Maravillas luchaba contra un
sentimiento de vanidad que no lograba arrancar de su alma. Siendo postulante,
recibió una gracia del Señor, una de esas palabras sustanciales, que dice san Juan
de la Cruz, que hacen lo que quieren significar, que no se olvidan nunca, pues
se graban a fuego. Un buen día en el locutorio alguien dejó caer un elogio
sobre ella que redundó en complacencia de la misma. En el mismo instante le
pareció oír en su alma estas palabras del Señor: “Y a Mí me tuvieron por loco”.
Hermana Maravillas quedó curada para siempre: una santa obsesión la acompañará
ya toda la vida.
Escribirá años después: “Desde entonces
se trocaron todos esos tan vanos deseos en el muy grande que desde entonces
tengo, de ser despreciada, y me vi, sólo por la misericordia de Dios, libre de
aquella tan grande miseria”.
3. El Cerro de los Ángeles
El Cerro está considerado como el centro
geográfico de España. Un cerro pelado, junto a Getafe, cerca de Madrid, con una
ermita dedicada a la Virgen de los Ángeles, que le da nombre. Desde tiempos
atrás unos u otros habían pensado hacer en él “algo”. En la segunda década del
siglo XX fue tomando cuerpo la idea de erigir allí un monumento al Corazón de
Jesús. Y llegó a hacerse.
Fue un monumento agradable, obra de
Aniceto Marinas. Y su inauguración fue esplendorosa, el día 30 de mayo de 1919.
Alfonso XIII, ante su familia, el Gobierno, diversas entidades y una gran
muchedumbre, leyó una vibrante consagración de España al Sagrado Corazón. Fue
un acto valiente del Rey, y un día de gloria. Después de esa gran fiesta, el
monumento quedó allí a la intemperie, solo… Para la España católica aquel acto
tuvo un sentido entrañable, cordial. Pero… había dos Españas. El mismo acto de
consagración que leyera el Rey lo insinuaba. Estamos en la cresta de la ola de
anarquía que se siguió a la primera guerra europea, y la situación política y
social era cada vez más insegura. El monumento del Cerro era un desafío a la
“otra” España. No nos extrañemos de que después de la breve paz
primorriberiana, el monumento fuese sacrílegamente destruido.
Pero antes, ya dije, estaba solo. Allí
hacía falta algo, que invitase a peregrinar a aquel lugar, que le diese vida
espiritual, que tuviese acogida para celebraciones, para actos religiosos. Era
necesaria, sobre todo, una congregación que envolviese al Sagrado Corazón en
amor reparador, que hiciese del Cerro un centro vivo de oración para pedir su
reinado efectivo sobre “toda” España, sobre el mundo. Y Él mismo inspiró la
idea de fundar allí un Carmelo, como una lámpara siempre encendida junto a su imagen.
La Hermana Maravillas de Jesús, en junio
del 23, tuvo esa inspiración viva y penetrante, que coincidió con otra hecha
repetidamente, en septiembre, a la hermana Rosario de Jesús, del mismo
convento. “Porque quiero que tú y esa otra religiosa os inmoléis continuamente
por la gloria de mi Divino Corazón”. Estamos en el clima de las revelaciones
privadas. Ambas religiosas hablaron con la Madre María Josefa, que quedó
entusiasmada y dispuesta a tomar parte y apoyar la fundación.
Y empezaron por las consultas de rigor:
Provincial de la Orden, Prior de Madrid, nuestro conocido padre López s.j.,
padre Juan Tomás o.c.d., que había dado varias veces ejercicios en El Escorial,
padre Mateo Crawley, el apóstol de las consagraciones al Corazón de Jesús, que
tanto intervino en la erección del monumento. Todos aprobaban la idea. Pero la
cosa era realizarla. Madre María Josefa quiso consultar al padre Alfonso Torres
s.j., que estaba entonces en el apogeo de su apostolado en Madrid. El padre
Torres nunca se había dedicado a confesar monjas. Pero salió del convento
decidido a hacer alguna gestión. Y esta fue irse al día siguiente a hablarlo
con su amigo el Vicario General de Madrid, don Antonio García (futuro Arzobispo
de Valladolid). De momento les pareció algo imposible: unas monjas allí, solas,
sin medios… Pero quedaron en decírselo al obispo don Leopoldo Eijo Garay, que,
pensaban, lo rechazaría. Sin embargo el doctor Eijo quedó entusiasmado con la
idea: “Hijas de santa Teresa en el Cerro de los Ángeles… ¿Cómo no voy a querer?
Aquí está la mano de Dios…”. Después de hacer los tres una novena al Espíritu
Santo, unánimemente acordaron que sí. Ahora había que ir del sueño místico a la
tarea ascética.
Se alquiló una casita en Getafe para
establecer en ella un convento en miniatura, desde donde las fundadoras
estuviesen al tanto de la construcción del convento. En todo estuvo el señor
Obispo, verdadero cofundador del monasterio del Cerro. Y el día 19 de mayo del
24 salieron para el Cerro las cuatro religiosas: las tres ya citadas más la
hermana Josefina de Santa Teresa, hermana del padre Silverio. Les esperaban en
el Cerro el señor Obispo, el padre Torres, don Antonio García, la madre de la
Hermana Maravillas, etc. Luego bajaron a la casita de Getafe y empezó la vida
del Carmelo con toda seriedad. El 30 de mayo de ese año 24, Hermana Maravillas
pudo hacer allí su profesión solemne. Y las obras del convento del Cerro comenzaron
el 12 de abril del 25, y pudieron trasladarse ya a él el 31 de octubre del 26.
Pero antes, el 28 de junio de 1926, el señor Obispo nombraba priora de la
fundación a la Hermana Maravillas (hasta entonces hizo de presidenta la Madre
María Josefa). No valieron las excusas de aquélla. Y el ser priora fue para
ella una carga abrumadora que Dios le exigió hasta su muerte.
4. En el Cerro
Y ahora a sufrir con la carga de los
prioratos: El Cerro, Mancera, Duruelo, Arenas de San Pedro, La Aldehuela. Los
comienzos hubieron de ser duros. Hacía de priora en Getafe la Madre María
Josefa, y parecía lógico: era la más antigua, la fundadora de El Escorial de
donde salía esta nueva fundación; la hermana Rosario era también más antigua…,
y nombra el señor Obispo, que había ya comenzado a percatarse de su valía, a
una casi novicia. A través de las cartas de Madre Maravillas al padre Torres
vemos cuánto le ha costado el cargo: “Lo peor que puede ocurrir a una
Carmelita”, escribe. Está segura de que el convento se ha fundado, sí, por
inspiración divina (de esto no dudó nunca), pero sin fundamento al ponerla a
ella al frente. Le parece que hace daño a sus hijas, y cuando ve que éstas
salen monjas excelentes de sus manos formadoras, lo atribuye a que Dios las ha
cegado para poder hacer su obra, a pesar de ella. De ahí, su forcejeo para
liberarse del priorato siempre que hay nuevas elecciones; su deseo de irse
lejos, a misiones, a Inglaterra, a un convento pobre y desconocido donde no sea
nada y la desprecien, a donde “la teman” por haber mandado siempre, o volver a
El Escorial para que la tengan por ligera y crean que va despechada, después de
no haber sido elegida, etc. (Véanse cartas del mes de julio del año 1926;
agosto del 26; enero del 27; junio del 27; julio del 27; 2 de enero de 1929;
mayo del 29; mayo del 30; 3 de marzo de 1931; etc., etc.).
Su tarea en el convento del Cerro fue, en
primer lugar, la de formar a sus novicias. Las vocaciones, ya desde Getafe,
afluían numerosas. Madre Maravillas tuvo para esto un carisma especial. Fue la
“maestra” perfecta. A veces a mí mismo me parecía exagerado, pero sus monjas
han insistido reiteradamente.
¿Cómo lo hacía? Ella no trazó nunca un
programa sistemático sobre el tema. Pero sí a través de sus cartas a las
respectivas prioras. Lo primero, claro, el ir ella por delante en todo:
oración, sacrificio, trabajos, abnegación sin límites… Lo segundo (como
consecuencia de lo primero) “ser amada para ser obedecida”, según consejo de la
Santa Madre Teresa en sus Constituciones. Para ello fundarlas bien en el ideal
del Carmelo. Buscar siempre el rostro “desconocido y amado de Cristo, nuestro
Bien”, y olvidarse de sí mismas y darse, por Él, incondicionalmente a los
demás: la Iglesia, los sacerdotes, las hermanas, las almas todas… Así lo hacía
Madre Maravillas. Las que convivieron con ella pudieron comprobar a través de
mil imponderables de todos los días y de hechos especiales y hasta heroicos,
que la imagen de la Madre que se habían formado no era una mitificación sin
fundamento, sino una realidad evidente, sin exageraciones ñoñas. Se dio a lo
largo de sus años de fundadora el milagro de que sin mandar era amorosamente
obedecida como acabamos de decir. Y de que en todos los monasterios que fue
fundando y de los que no era priora se la tuviera por madre, por la unión de
corazones que logró hacer de todas sus Carmelitas (fuera de algunas raras
excepciones, que también se dieron, y que siempre se dan en todas partes). Dije
antes que ella no escribió un “tratado” sobre el tema, ni hacía falta, porque
santa Teresa lo dejó ya escrito: el Camino
de perfección es el idearium que
da vida a las Constituciones de las Carmelitas. Y que fue el que enseñó Madre
Maravillas a sus hijas con su vida, sus palabras, cartas y “billetes” (pequeñas
notas o papelillos para cada una en determinados momentos).
Anotemos también que esa formación
amorosa era, a la vez, necesariamente exigente, pero sin rigor indebido: el
amor lo hace posible todo y lo suaviza todo. Ya la observancia del Carmelo
teresiano pide mucho, y basta, si es
vivida con amor, para hacer santas. Sobre todo las delicadezas, “las piedades”
que decía santa Teresa, de Madre Maravillas para con las enfermas y necesitadas
eran algo inagotable, al mismo tiempo que en lo que se refería a ella no hacía
ni caso; esto podía hacerlo por ser priora. Era muy inteligente y prudente
y más bien silenciosa.
Con todo, sus enfermedades se delataban
ellas mismas a veces. Desde los primeros años del Cerro su estómago padeció
serios trastornos, y otros achaques. Años más tarde sufrió frecuentes pulmonías
que “curaba” arropada en una manta, sentada en el suelo, arrimada a la tarima.
Así pasaba las noches y los días. La intervención de sus directores, que la
obligaron a que se cuidase, remedió en ocasiones algunos problemas. Volveremos
sobre ello.
Pero en el Cero tuvo también otros
quehaceres. El monasterio se había fundado para amar y reparar por todos al
divino Corazón. La política fue deteriorándose y haciéndose anticlerical y
hostil a la Iglesia, hasta desembocar en la República. Todas las noches una
hermana, desde una ventana que permitía ver la sagrada imagen, velaba por si
pasaba algo. Se turnaban dos. Madre Maravillas, todas las noches. Muchas veces
se hace la encontradiza para quitar el miedo a las “velantes”. Hasta pidió a
Roma el permiso, que le fue concedido, de poder, en caso de ataque, salir a
rodear el monumento para defenderlo con sus vidas. Sería, para ellas, el más
cruel de los martirios, más grande que perder la vida, el dejarlo solo entre
sus enemigos. “Si tiene que escuchar gritos de odio, que pueda oír también
nuestras alabanzas”, escribía Madre Maravillas.
Surgieron también las compañías de
Obreros de San José y de obreras de Nuestra Señora del Pilar, que pasaban las
noches de los fines de semana en adoración en la iglesia del Carmelo, y
ocupaban unas dependencias junto al convento, que la Madre les dejaba. Fue obra
principal de doña Catalina Urquijo de Oriol, apoyada por la Madre. Esta señora
ayudó a Madre Maravillas en todo tiempo y necesidades.
Consignemos también que Madre Maravillas
en sus fundaciones quiso vivir la pobreza extrema. Por eso conventitos
pequeños, huerta cultivable, pequeñas granjas avícolas, telares, rosarios de
rosas (costó años conseguir maquinaria a propósito para hacerlos), labores y
objetos religiosos, imágenes que ellas fabrican, etc. Para poder vivir del
trabajo manual y de la Providencia de Dios, sin “demandar” para sí mismas y dando cuanto podían a los más
necesitados. Esta consigna de vivir del trabajo manual, que ya señalaba santa
Teresa. Madre Maravillas la actualizó e hizo vivir en sus conventos
enérgicamente, como después se ha acentuado en todos los conventos de clausura.
Sus cartas están salpicadas de estos deseos. Escribía: “Qué ganas tengo de la
verdadera pobreza de nuestro Cristo, y de aprovechar lo poco que me quede de
vida, para practicarla, a ejemplo suyo”.
5. Tiempos recios
Yo aquí no haga historia. Y menos de
España. La de la República del 14 de abril de 1931 y la de la guerra del 36 al
39 ya está hecha, en parte, y en mucha parte todavía no. La República vino con
su zarabanda de quemas de conventos, de leyes anticlericales, expulsión de los
jesuitas, etc. La guerra, con sus horrores en ambas partes.
En estas circunstancias, Madre Maravillas
dio toda su medida de serenidad y
fortaleza, de confianza en Dios. El 11 de mayo, cuando la primera quema de
conventos, el señor Obispo les mandó salir del Carmelo. Madre Maravillas salió,
pero se quedó en el Cerro, en la casa de los capellanes con dos hermanas. Todas
volvieron a reunirse al día siguiente, sin faltar una, aunque la Madre las
dejaba en libertad de regresar o quedarse con sus familias.
Esos años fueron de continuos sobresaltos
e intranquilidades. Aunque su estado de ánimo está reflejado en este fragmento
de una carta de mediados de diciembre de 1931 al padre Torres: “Lo que sí me
parece notar es que por ahora quiere el Señor que sólo me importen sus cosas.
Cuando nos preguntan si estamos preocupadas, si tenemos miedo, me suena tan
raro, me parece que tiene tan poca importancia cuanto a nosotras nos pueda
pasar y que sólo la tiene la gloria de Dios”.
Bueno, muy en resumen: a pesar de todo,
en 1933 se hizo la fundación de la India, de que más tarde hablaremos. Téngase
en cuenta además que su madre había muerto, prácticamente sola, el 13 de enero
de 1932, y que el padre Torres tiene que expatriarse ante las circunstancias de
la revolución. Quiere eso decir que Madre Maravillas quedaba más despojada de
toda ayuda y consuelo humanos.
Por fin, el 18 de julio del 36 estalló la
guerra. Las Carmelitas del Cerro fueron expulsadas el día 22 de su convento, y
llevadas detenidas al colegio de las Ursulinas de Getafe, y esto gracias a la
intervención del alcalde, “el Ruso”, que de tiempo atrás había sido conquistado
por el trato de la Madre. Allí estuvieron protegidas por la bandera francesa
que defendía la casa, hasta el 7 de agosto en que el monumento, al que velaban
en oración y sacrificio, fue horriblemente destruido. Entonces pidieron ser
trasladadas a Madrid, y se lo concedieron refugiándose en un piso muy pequeño
del familiar de una hermana, que estaba vacío, en la calle de Claudio Coello,
33.
Allí, hacinadas, vivieron trece meses una
vida heroica, de privaciones y de estrecheces, en la espera continua del
martirio. Tuvieron muchos días Misa, y siempre el Santísimo Sacramento para
adorar y reparar a todas horas. Además, hicieron lo posible por seguir la vida
del convento. Digo en espera del martirio, que lo tuvieron casi a la mano. Un
día, una patrulla de milicianos dirigidos por el célebre Avelino Cabrejas les
hizo una inspección que terminó después de un registro y de una larga
conversación con la Madre. Cabrejas, pistola en mano, quedó impresionado por la
serenidad y el equilibrio de ésta. Otro día volvió, “en plan de amigo”, a
visitarlas, con otro camarada de aspecto más fiero aún. Quedaron más admirados
oyéndolas contar sus deseos de morir por el Señor, con tanta alegría.
Pero el 13 de septiembre del 37, ante la
consigna general de evacuación de Madrid, Madre Maravillas, en medio de
peligros innumerables, consiguió valientemente salir con todas, más algunas
otras personas allegadas y el padre Florencio del Niño Jesús, prior de los
Carmelitas Descalzos de Madrid, que se había amparado en ellas, haciéndoles de
capellán. El viaje, en camión hasta Valencia, en tren hasta Francia, fue épico
de aventuras y dificultades. Ya en Francia pudieron detenerse un día en
Lourdes, y llegar a España, hasta terminar el 28 del mismo mes en el Desierto
de las Batuecas, antiguo desierto de la Orden, que los Carmelitas lamentaban
haber vendido.
Providencialmente la finca volvió a
recuperarla la Madre poco antes de empezar la guerra, gracias a la generosidad
de la hermana Dolores de Jesús (Gandarias), que aún siendo novicia, ofreció
todos sus bienes a Madre Maravillas. Allí se instalaron como pudieron en la
pequeña casa-hospedería, que era lo único que estaba en pie del antiguo yermo
carmelitano.
Fue un año largo de pobreza total, pero
lleno de aire, de sol, de silencio, de soledad, de paz. Bien lo necesitaban. En
el Desierto, aunque no tenían clausura, se hacía todo como en el convento. La
Madre se hubiera quedado allí. Pero había que volver al Cerro en cuanto fuera
posible.
En la primavera del 38, al ser liberado
Getafe, salió de las Batuecas para comprobar el estado del convento. Aunque el
Cerro era línea de fuego, se atrevió a subir. Estaba en estado lamentable,
ocupado todo el tiempo por milicianos y soldados. Se puede suponer. La Madre
tuvo valor: pegada a la pared de la huerta pudo ver que el enterramiento de
Madre María Josefa no había sido profanado. Porque Madre María Josefa murió
santamente el 2 de julio del 36 después de una enfermedad dolorosísima, en la
que Madre Maravillas derrochó días y noches de exquisita caridad.
Pero volvió enseguida a las Batuecas, de
donde salió definitivamente el 4 de marzo del 39. Urgía recuperar aquellas
ruinas. Quedó, sin embargo, parte de la primitiva comunidad en las Batuecas,
pues el señor Obispo de Coria-Cáceres, de quien dependía aquel valle, se empeñó
y consiguió de la Madre un Carmelo estable allí, que se erigió canónicamente el
1 de marzo. El desgarrón fue un inmenso sacrificio para todas. “Ya no
volveremos a hacer una fundación más”, comentó con sus hijas. Pero las
fundaciones la esperaban numerosas, hasta su muerte…
Y ahora, a restaurar el convento del
Cerro. Un trabajo ímprobo. No hubo quien quisiera limpiar las inmundicias, más
que prácticamente ellas. Vivían de nuevo en las religiosas Ursulinas y subían y
bajaban todos los días al Cerro. Sin agua apenas. Sin nada. Las toneladas de
basura había que cargarlas en los camiones. Apareció una bomba sin estallar,
que los soldados se resistían a tocar. Ella, valientemente, prohibiendo a sus
hijas que se acercaran, la llevó hasta el camión. Provisionalmente se acomodaron,
como pudieron, en unas habitaciones de la casa de capellanes, que habían
habilitado. El 22 de junio del 39 se pudo establecer la clausura. Pero se
tardarán dos años hasta ver las obras terminadas.
6. Funda en la India
La fundación en la India se hizo antes de
la Guerra Civil, en los años mismos de la República de España.
La India es un país de religiosidad
extraña y ancestral. Y de una psicología apta para la contemplación y para el
sentimiento religioso. Un convento de Carmelitas germinaría allí con cierta
facilidad. Y así fue.
En otoño de 1932 visitaba el Cerro un
obispo misionero Carmelita, el Obispo de Vijayapuram, diócesis recién
desmembrada de la de Verápoly. Pedía una fundación a sus hermanas Carmelitas.
La acogida fue calurosa. Y enseguida hubo quienes se ofrecieron a ir, empezando
por Madre Maravillas. Pero a ella no la dejaron los superiores.
Bueno, la tramitación duró un año. Y el
11 de septiembre del 33 salían para la India ocho hermanas, al frente de las
cuales iba la hermana Rosario, una de las cuatro fundadoras del Cerro. Las
peripecias del viaje en barcos, en trenes, pueden imaginarse. Y a primeros de
octubre arribaban en la India. Primero habitaron en una casita provisional
junto al río, mientras se construía el convento en una altura que empezó a
llamarse Santa Teresa. En Kottayam, que era la ciudad prefijada. La solemnísima
inauguración tuvo lugar el mes de junio de 1934.
Las monjas se aclimataron pronto a aquel
ambiente tan distinto en todo al de la cultura europea.
La lengua, el malayalam, la desconocían
por completo, aunque les parecía que los sermones “debían de ser preciosos”.
Los amplios cocoteros; el caimán que pasa ante la casita para saludarlas sin
meterse con ellas; ya en el monasterio, la gran serpiente venenosísima que se
cuela en el huerto y se enrosca en un arbusto hasta que llegan los expertos;
los monos que andan por él como por su casa y que un día se meten por las
ventanas y toman los breviarios en la mano, abiertos o como fuera (¡qué más les
daba!) remedando a las monjas; el clima, que les hace sudar a las pobres hasta
mojar el suelo del coro…
Pero los sacrificios florecen en
conversiones, como la del joven Cherian, cismático jacobita, que después del
trabajo se iba todas las tardes a pasar un rato en la capilla, se convierte con
toda su familia y llega a ser Mar Athanasius, obispo de Thiruvalla. En este
lugar, en 1950, fundan otro Carmelo, del cual sale en 1962 otro, el de
Kottiyam. Las vocaciones se multiplican en aquellas tierras fecundas. Y Madre
Maravillas desde España les envía más monjas y las ayuda con sus cartas y sus
limosnas a todas.
Ella en el Cerro sigue también recibiendo
más y más jóvenes. Los años de la posguerra española trajeron un florecer de
generosidades. Y eso que ella estaba “haciendo un daño horroroso a esta
comunidad. ¿Cómo podría yo dejar esto?” (Carta al padre Torres, 19 de junio de
1931). “¿Qué le parece podría hacer eficaz para impedir que estas hermanas
puedan hacer ninguna tontería?” (la de volverla a elegir) (Carta al padre
Florencio, finales de 1938). Así siempre. Pero monjas y obispos “erre que
erre…”.
Madre Maravillas no quería hacer más
fundaciones. Pero la cantidad de vocaciones lo exigía. Dado el número clauso de
cada Carmelo (veintiuna), había que crear nuevos “palomarcitos de la Virgen”
para que pudieran refugiarse tantas palomas. Así ella tendría ocasión de irse
escondiendo, de desaparecer en rincones casi desconocidos.
7. Más fundaciones
El 1 de diciembre de 1944 se inaugura el
Carmelo de Mancera de Abajo (Salamanca, diócesis de Ávila). Se hizo sin querer.
Me explico.
La Madre pensó en hacer la fundación en
Duruelo (Ávila), un despoblado, una soledad entre encinas. Pero un alto lugar
del Carmelo: allí habían empezado, el 28 de noviembre de 1568, el padre Antonio
de Jesús y san Juan de la Cruz la Reforma de los Descalzos.
Cerca estaba la villa de Mancera, donde
se había trasladado la comunidad de Duruelo año y medio después de su
fundación. Era, pues, un lugar igualmente sanjuanista.
El convento de Mancera se trasladó a
Ávila en 1600. Luego en 1637 volvieron los padres a edificar un pequeño
convento en Duruelo. Con la exclaustración de 1836, los Carmelitas
desaparecieron y de Duruelo sólo quedó parte del convento.
Cuando la Madre quiso comprar el terreno,
no pudo hacerlo: las exigencias de los dueños eran muy grandes. Entonces, se
decidió por Mancera. Aunque no quedaba más que la huerta, el sitio era el
mismo. Y pudo ser razonable la adquisición. La Madre fue a Mancera por vez
primera el 29 de septiembre del 43. La acompañaron las hermanas Dolores de
Jesús e Isabel de Jesús, esta última la “arquitecto improvisada”, que trazará
los planos de cada una de las fundaciones. Encontró un maestro de obras, un
joven de Peñaranda de Bracamonte, Manuel Martín Mulas, que lo será en adelante
de casi todas ellas.
Y ahora a ir y venir a ver las obras. En
tren de obreros por la mañana, para volver en el día a las doce de la noche.
Apretujadas, de pie, hablando cariñosamente con ellos. Así varias veces. Hasta
que el 27 de abril del 44 salió definitivamente del Cerro y marchó hacia
Mancera, pasando antes por las Batuecas, donde la reclamaban para resolver
problemas.
Al salir del Cerro, bendijo a sus hijas
con un Niño Jesús, “el Priorito”, que dejó en manos de la Madre Magdalena de la
Eucaristía, que quedaba al frente de la comunidad. Fue una gran emoción. La
Madre salió del Cerro unos días antes de lo que estaba previsto, pues en
Madrid, al saber que se marchaba, había empezado un pequeño movimiento para
impedirlo. Se iba a esconder en un pueblecito lejano y pequeño. ¡Eso pensaba
ella!
La inauguración definitiva del Carmelo de
Mancera se hizo el 1 de diciembre, y fue presidida por el señor Obispo de
Salamanca, antes de Coria-Cáceres, que tanto las estimaba, desde los años de
las Batuecas.
Mancera se hizo según los deseos de la
Madre (el Cerro no pudo ser): pobre todo, pequeñito, en pobreza… (las compras
de alimentos y sus cuentas causan risa), y gracias a la Madre Magdalena, del
Cerro, que estaba alerta y era la providencia para que no les faltase lo imprescindible.
Añádase el frío, las nevadas de Mancera, etc. Y el trabajo de los telares:
“Somos pobres y tenemos que trabajar”. En el invierno de 1945 Madre Maravillas
proporcionó al pueblo unas misiones que lo renovaron.
Pero se logró Duruelo también. La finca
se había repartido en tres parcelas y se podría comprar una con parte de lo que
fue convento, la que había adquirido la Federación Católica Agraria de Ávila.
Mulas se encargó de las gestiones, y Madre Magdalena, de buscar el dinero. Las
obras empezaron el 15 de agosto del 45 y duraron hasta julio del 47. Entre
tanto, la Madre tuvo que hacer muchos viajes entre Mancera y Duruelo en una
pobre tartana y por un camino infernal, barrizal en invierno y polvo en verano,
teniendo a veces que bajarse para que el carricoche pudiera pasar baches.
Viajes como la Santa Madre Teresa. Al fin, todo se consiguió.
El 19 de julio partieron de Mancera la
Madre Maravillas y sus monjas, camino de Duruelo. Iban a pie con el General de
la Orden, padre Silverio, al frente. Éste iba entusiasmado y emocionado por los
recuerdos de aquellos parajes. Al día siguiente, san Elías, se hizo la
inauguración oficial. Desde la iglesia de Bercimuelle, que dista unos tres
kilómetros, se llevó en procesión el Santísimo hasta Duruelo, en manos del
padre Silverio. Presidió todo el Obispo de Salamanca. Fue un día de gloria. La
Madre, humillada ante los elogios que se le hicieron en el sermón.
El palomarcito de Duruelo era más pequeño
todavía, el ideal de la Madre. Soledad total. Encinas, la Fuente del Santo, el
río Almar, sin luz más que la de los carburos, sin caminos prácticamente,
solas… Pero tampoco en Duruelo pudo evitar que sus hijas la quisieran de
priora. Y ahora a trabajar huerta y telares, a pasar fríos y calores, a amar…
Madre Maravillas se encontraba allí encantada.
Para hacernos una idea más exacta del
alma de esta mujer, inserto unos fragmentos de cartas de estos tiempos de
Duruelo. Son muy parecidas a las de santa Teresa: sencillas, espontáneas,
tratan de lo espiritual, de lo material, de todo.
«Posdata: importantísimo.
Si ustedes conservan las cartas que les escribe su Madre, ¡pues hijo! No las
voy a poder volver a escribir, o si lo hago, copiaré las de Madame de Sevigné,
porque no tengo tanta humildad para que pasen a la posteridad, tan divinamente
escritas… Bueno, en serio que no me hagan tonterías, ¿estamos?» (Carta a la Madre
Magdalena de la Eucaristía, 7 de abril de 1946).
«Como se lo van a contar
con pelos y señales, nada digo yo, porque mucho tengo que hablarle. Sólo que la
venida al amanecer con nuestro padre General, la primera Misa y las Vísperas no
se nos olvidarán en la vida. Quiera el Señor que sepamos agradecer tantos
beneficios y empezar a servirle y amarle con toda el alma, siendo como dicen en
un cantar del Cerero ‘un grupito pequeño de almas fieles/ un grupito de amigos
que le consuelen/ un nido de amores, un huerto cerrado/ para su Corazón solo y
despreciado’. Está el conventico hecho un cielo. Como es tan chiquirritín hay
que guardar un silencio estricto, y da una devoción todo tan pobre, tan
calladito, tan pequeño» (Carta a la Madre Mercedes del Sagrado Corazón, 25 de
julio de 1947).
«Este Duruelo es de sano,
que están fortísimas. Está esto encantador, verdaderamente, que no cabe más y
estamos todas contentísimas en esta soledad. Tenemos una ermita en la huerta
que no he visto cosa semejante y no sé qué tiene esto que se nota ese ‘no sé
qué’ que diría nuestro Santo Padre. Nos da muchísima pena labrar la huerta, que
está salvaje, y este año no sé si lo vamos a dejar así, porque como no hay luz
eléctrica no hay agua para regarlo y nos da pena estropearlo. Que pidan mucho
para que sepamos aprovechar esta gracia de vivir en Duruelo, que aunque el
lugar no da la santidad, mucho obliga el pensar cómo vivirían aquí aquellos
primitivos y sobre todo nuestro Santo Padre» (Carta a la Madre Mercedes del
Sagrado Corazón, enero de 1948).
«Es una providencia de Dios
cómo provee estas Casas de su Madre de todo lo necesario. Fíjese cómo vivimos,
y sin un céntimo. Esto sí, se puede decir que sólo en comer, justo, pues otra
cosa no gastamos más que el carburo (para el alumbrado), la gasolina para el
motor, el pan, el aceite, el suministro y el pescado. Hemos encargado y nos han
mandado castañeta (pescado), que es buenísimo, que cuesta el kilo a cinco
noventa, y chicharros a dos pesetas. Nos han costado los veintitrés hilos
ciento ocho pesetas y tenemos abundante para tres veces con capellán, los de
fuera y todo» (Carta a la Madre Magdalena de la Eucaristía, 15 de octubre de
1948).
«Está la huerta de sueño,
toda cubierta de flores del campo, pero así, como una verdadera alfombra. El
haberla dejado así, completamente silvestre, es su mayor encanto» (Carta a la
misma, 4 de junio de 1948).
«’La verdad es que esta
vida no es nada y ¡qué alegría aprovecharla bien, pues, en cambio, nos puede
dar tan inmenso tesoro como es unirnos con nuestro Dios, y qué deseos dan de
aprovechar todos los momentos de ella! Pero realmente no sé cómo no nos
afanamos las criaturas por nada más que por cumplir su adorabilísima voluntad y
darle gusto, ocupándonos sólo en esto y en ganarle almas en las que Él tiene
sus delicias’». Y añade a continuación: «’Dios les pague las riquísimas judías
verdes. ¡Qué barbaridad, cómo son de buenas!’» (Carta a la Madre Mercedes del
Sagrado Corazón, 31 de julio de 1948).
«Sí que añoramos nuestro
Cerro y nuestra Madre y nuestras hermanas, pero encantadas de dárselo todo,
Cerro y monjas a mi Cristo, que es ‘más guapo que el sol’ y en Él está no sólo
‘la verdadera calor’, sino todo cuanto se puede desear. ¡Qué descubrimiento!,
¿verdad?» (Carta a la Madre Magdalena de la Eucaristía, 22 de diciembre de
1949).
Pero hemos de hacer un alto para decir
algo de sus directores de conciencia, que nos interesa para entender mejor lo
que nos queda por decir.
8. Los Directores
En el mundo se había dirigido con el
padre Juan Francisco López, s.j., varón con fama merecida de santo. Él la
preparó para su vida en el Carmelo. Pero la fundación del convento del Cerro
llevó consigo conocer y tratar al padre Alfonso Torres, s.j., y a ponerse bajo
su dirección. El padre Torres fue un hombre extraordinario (1879-1946). Orador
sagrado nato, hizo de sus predicaciones verdaderas “lecciones sacras”, llenas
de contenido evangélico y paulino, con su formato bello y ungido a la vez, pero
sin artificios extraños, que sirvió mucho para la renovación de la oratoria
barroca, que aún pervivía por España. Trabajó especialmente con hombres de la
alta sociedad de Madrid, sus “Caballeros del Pilar”, a los que ayudó
espiritualmente mucho. Dio también muchas tandas de ejercicios a toda clase de
gentes. Con monjas apenas se había relacionado, hasta que la fundación del
Carmelo del Cerro de los Ángeles le puso en contacto con las Carmelitas de El
Escorial. Esta fundación vino a ser, por una serie de circunstancias, una obra
luego muy suya. Y llevó consigo el encuentro de estas dos grandes almas: el
padre Alfonso Torres y la Madre Maravillas. Él ayudó mucho en todos los
detalles, hasta materiales, en la fundación. Orientó hacia ella muchas
vocaciones. Fue un verdadero padre espiritual de aquella casa, ayudándolas con pláticas,
ejercicios, correspondencia.
La Madre empezó por eso a tratar con él a
partir de 1923. Pero sus cartas sólo se refieren por entonces a problemas de la
fundación. (Sin embargo, esto le llevó a irle abriendo su alma). Las primeras
confidencias se encuentran en una del 19 de septiembre de 1924. Luego se van
haciendo más frecuentes. Y en los ejercicios que da a la comunidad del Cerro
aún en la casa de Getafe, en noviembre de 1925, comienza ya la plena e intensa
dirección espiritual del padre.
Una dirección providencial, cien por
cien. La Madre iba pronto a comenzar a padecer sus pruebas interiores, que
refinarían y acrecerían incesantemente su alta vida mística de
amor y de
victimación. Ella encontró
en el padre
Torres el apoyo divino-humano que necesitaba para poder
atravesarlas. Sobre todo en los años más álgidos de las mismas que van del 29
al 32. Luego el padre la pudo atender menos, al estar fuera de España, debido a
las circunstancias políticas de la República. Y después de la guerra, aunque
vuelve a España, estuvo siempre destinado en Andalucía, en Sevilla en concreto,
hasta su muerte en Granada el 29 de septiembre de 1946. Pero sigue en constante
amistad con la Madre y sus hijas. Les da ejercicios en el Cerro, en las
Batuecas, los últimos en 1946 en Mancera donde está la Madre. Se conservan
algunas cartas del padre a ella durante estos años (1939-1946), pero en ellas
no se habla de su vida interior, sólo de asuntos de fundaciones, y de
vocaciones sobre todo. (Alguna vez hay alguna leve y genérica alusión). Madre
Maravillas, en noviembre de 1939, pide a su Provincial, el padre Valentín de
San José, o.c.d., de gran valía espiritual, que la dirija, dada la lejanía del
padre Torres y la momentánea facilidad que entonces ofrecía la cercanía del
padre Valentín. Aunque el Carmelita al principio rehusó, Madre Maravillas le
consultaba todo. Sabemos que escribía mucho al padre Torres, pero no se han
hallado las cartas de ella a él en esos años; sin duda perecerían en Sevilla, a
la muerte del padre. Así como tampoco poseemos las del padre a la Madre antes
de la guerra, que fueron quemadas por la persona a la que aquélla las había
confiado, ante el temor de represalias. Vemos por las cartas de la Madre a
otras personas dirigidas también por el padre, cuánto le afectó la muerte del
mismo, algo no momentáneo sino que duró toda su vida. Quiere decir, que las
enseñanzas y consejos y fuerza espiritual que recibió del padre Torres estaban
allí en su alma. El padre Valentín escribía a la muerte del padre Torres:
“Apreciaba yo mucho a tan buen religioso, por el espíritu tan carmelitano que
ponía en las Carmelitas, con ser él jesuita”.
Sí, el padre Torres ejerció en la Madre
Maravillas una influencia fortísima. Él fue su sostén visible, su padre, “tan
padre”, “mi padre y lo será siempre”. Su ausencia de aquellos años del 32 y
siguientes, en que él tiene que ausentarse de España, será para ella un gran
sacrificio. Los sufrimientos de él los sentirá más que los suyos. Su
agradecimiento será constante. Hasta tiene algún temor de que fuese exagerado
(cartas: dos en diciembre de 1927; 28 de mayo de 1929; 7 de julio del 27…).
Pero ella insiste en que no se siente atada, en que Dios y el padre son como
una cosa sola, como si él no existiese. Ve a Dios en él. “Vuestra Reverencia es
Él para mí” (6 de febrero de 1929). “En vuestra Reverencia únicamente encuentro
a Dios” (1929). Siempre subraya el respeto que le tiene junto con un amor muy
sincero. Pienso en san Francisco de Sales y santa Juana Francisca de Chantal, y
en Madre Sorazu y el padre Mariano de Vega, o.f.m.c., etc.
Todo bien ponderado, la impresión que se
deduce de su dirección con el padre Torres es que ésta fue querida por Dios,
que fue el medio de que Él se valió para ayudar a aquella alma tan probada.
Ella se asió a la misma como a un clavo ardiendo, pues de otro modo se vería
perdida. Y todo fue purísimo y limpio, aunque, como es natural, ella pusiese
allí un sano y vivísimo afecto. Pero como era sano, hay que pensar que todo
ello entró en los planes de Dios, planes misteriosos, para realizarlos sobre
ella. En los últimos años del padre, éste discretamente desaparece, como hemos
dicho, dada la lejanía y su precaria salud.
Pero su sombra bendita se proyectó sobre
ella más o menos siempre hasta morir. El padre Florencio (1977-1939) ayudó a la
Madre y a sus hijas durante los años de la guerra. Se encontró con ellas en
Madrid y las acompañó en su salida épica a la España nacional y durante el año
largo de las Batuecas. Así pudieron tener capellán y asistencia espiritual. El
padre entendió a la Madre y la orientó y sostuvo en la misma línea que el padre
Torres. Aunque él pudo meterse en más detalles externos de su vida y de su
actuación como priora, ya que en las Batuecas no había clausura papal, y ella
le pidió que la humillase y la ejercitase en la obediencia. El padre conservó
las cartas y “billetes” que ella le escribía, obedeciendo a su mandato. Así
podemos seguir el hilo de su vida en esta temporada del desierto. El Padre
Florencio muere inmediatamente después de la guerra.
Entonces aparece el padre Valentín de San
José, (1896-1989), Provincial de la Orden, que será su confidente y consejero
principal hasta su muerte. Sin embargo, no siempre pudo tenerle a mano:
repetidas veces Provincial, con los viajes correspondientes, y su estancia en
el Desierto de las Batuecas (1951-1954 y 1969 hasta la muerte de él en 1989) no
lo permitieron, aunque a veces pudo desplazarse para dar ejercicios a diversos
Carmelos, etc. Y por correspondencia. Esta correspondencia se ha conservado
bastante, aunque la mayoría de las cartas no son de dirección, sino sobre
problemas sobre las fundaciones, etc. Ella estaba en general más serena, sabe
ya mejor cómo tiene que reaccionar. Con todo, la pobrecita se lamenta a veces
de cuánto desearía verle, confesar con él, ayudarse de sus palabras… Pero Dios
le pidió también esa soledad tan dura en que se vio envuelta de ordinario.
Nos consta también que estos “directores”
o consejeros de la Madre la tuvieron por un alma de Dios, y admiraron sus
virtudes y su vida. El padre Valentín, que la sobrevivió, ha podido dar de la
misma un testimonio espléndido en su declaración del Proceso.
Cuando el padre Torres dio en 1946 los
ejercicios en Mancera, el último día les dijo que había soñado que moría entre
ellas. Le dijeron las monjas que si serían mártires. Él dijo que no, que era
otra cosa.
Poco después una señora, doña Mercedes
Martínez Montañés, en Alcalá la Real (Jaén), les ofrecía una fundación en una
finca próxima a la misma. Y Madre Maravillas fue con Madre Magdalena de la
Eucaristía a verlo. Quedaron en que iría también el padre Torres, que estaba
entonces en Granada. Un viaje épico en tren y coches de viajeros sin llevar
casi nada, en pobreza total. Esperaban en casa de doña Mercedes al padre, que
no llegaba. Lo que llegó fue la noticia urgente de que se estaba muriendo en un
hospital, y que fuesen. Las llevaron, y pudieron verle, animarle, recibir sus
últimos consejos y su bendición. Incluso le cantaron, cuando él lo pidió:
“Véante mis ojos”. La fundación, finalmente, no se hizo. La Madre quedó, ya
vimos, muy afectada.
9. Siguen las fundaciones
Desde ahora las fundaciones se siguen en
serie. De todas partes le piden nuevos conventos o monjas para reforzar otros.
Pero no puede atender más que algunas de esas peticiones, porque la mayoría de
las monjas son novicias y profesas muy jóvenes. Hay una lista de más de veinte
peticiones, una de ellas desde Japón, que la ilusionó mucho, pero que no se
pudo llevar a cabo. A veces hizo viajes para ver los lugares y condiciones,
como por ejemplo por tierras de Burgos, a donde se acercó al Carmelo de esta
ciudad, por encargo del padre General, Silverio de Santa Teresa, para ver la
alpargata de santa Teresa que allí conserva, pues ambos deseaban que las monjas
llevasen las alpargatas como lo ideara su Santa Madre. Las monjas hicieron
probarse a la Madre la alpargata, que coincidía exactamente con su pie. El
nuevo modelo fue adoptado por todos los conventos de Carmelitas Descalzas. Uno
de los trabajos de las monjas de Duruelo fue hacer alpargatas.
El 1949 el padre General le pidió monjas
para el Carmelo de New Port en Estados Unidos. Ella se preparó para ir. Pero
las oraciones de sus hijas lo hicieron imposible, pues tuvo una gran subida de
tensión y hubo que desistir.
Nuevos quehaceres le quedaban en España.
La comunidad de las Batuecas había conseguido levantar un precioso convento en
torno a la antigua iglesia restaurada. Madre Maravillas tuvo que ayudarlas
mucho, pues allí en aquella hondonada faltaba de todo fuera de agua y
vegetación. Y ahora, cuando llevan unos pocos años en su nuevo palomar se le
ocurre al padre Silverio pedirlo a la Madre para restaurar allí el antiguo
”desierto” de los padres. Ella pasó el asunto a la comunidad de las Batuecas,
que con mucho sacrificio se lo cedieron a los Carmelitas, que allá continúan.
Madre Mercedes, priora, y sus monjas fueron heroicas dejando su retiro el 1 de
octubre de 1950.
Pero había que buscar otro lugar para
ellas. Y he aquí a Madre Maravillas dando vueltas para encontrar uno a
propósito. El año 1949 fue de búsqueda y de encuentro, pues se decidieron por
la ermita del Santo Cristo de Cabrera (Salamanca), de mucha devoción en todo el
campo charro. Ella desde Duruelo y la Madre Mercedes desde las Batuecas
vigilaron las obras: los dueños del terreno regalaron todo lo que hizo falta.
Adaptar la ermita, levantar el convento, buscar agua…, había mucho que hacer.
La soledad, encantadora, sin pueblos, sólo hay encinas y toros bravos… El 11 de
abril del 51 se inauguraba solemnemente.
Entretanto pudo celebrar con diez días de
recogimiento riguroso sus bodas de plata de profesión.
Pero una nueva fundación se impuso. El
señor obispo de Ávila, don Santos Moro, de quien dependía jurídicamente
Duruelo, le pide un Carmelo en Arenas de San Pedro, pueblo muy necesitado
espiritualmente, y sepulcro del gran san Pedro de Alcántara, que tanto ayudó a
santa Teresa. Le ofrece una capilla dedicada a la Virgen de Lourdes y una casa
y terreno anejo. No puede negarse ante el buenísimo don Santos. Y va a Arenas a
visitar el lugar, y enseguida a San Pedro de Alcántara. Lourdes no sirve: está
dentro del pueblo, es muy pequeño. Se lo dice a don Santos y éste le da amplios
poderes para que busque otro terreno y haga según le convenga. Pero que funde.
En otra visita encontraron un terreno ideal. Arenas es la Andalucía de Ávila:
pinares inmensos, frutas, hasta naranjas, palmeras… En el fondo, la Sierra de
Gredos coronada de nieves. Pero ¿cómo hacerlo si no tiene ni un céntimo? Con un
dinero que llega providencialmente salva la situación. Y así el 8 de diciembre
de 1954, Año Santo Mariano, se inaugura la iglesia y el convento lindísimo, en
cuya huerta enseguida se dan legumbres y hortalizas y flores. Siguen los
intentos de hacer los rosarios de rosas, que habían comenzado en Duruelo, para
no hacer competencia al trabajo de telares y alpargatas de los otros conventos.
Ahora con ensayos muy imperfectos que no dejarán de mejorarse hasta La
Aldehuela. Un trabajo mariano, perfumado, silencioso, apostólico a la vez.
Por entonces, la Madre Inés del Niño
Jesús, de Mancera, y dos monjas son enviadas por la Madre al convento de
Cuenca, en El Ecuador, por tres años, a petición del obispo de Salamanca.
La Madre ha dejado Duruelo, para marchar
a Arenas. Pero no puede tampoco librarse del priorato. Antes de dejar su
querido Duruelo el 5 de diciembre ha quedado olvidado en una carpeta lo que sus hijas consideran como
su testamento. Dice así:
“Hijas mías amadísimas: Por
si el Señor quisiera llamarme a Sí en cualquier momento, quiero hacerles unos
ruegos, con todo el corazón. Primero, que me perdonen todo lo mucho que tienen
que perdonarme por amor de Cristo nuestro Bien, no tomando en nada ejemplo de
lo que, por desgracia, han visto en mí que no soy sino una mala monja. Segundo,
que me encomienden al Señor, que muy mucho lo necesitaré, y que procuren vivir
como merece el amor de nuestro Dios, con esa humildad y caridad que a Él tanto
le complacen, olvidadas del todo de sí; y tercero, que si quieren darme gusto y
cumplir mis deseos, no falten a la verdad al hablar de mí, como por ejemplo en
la carta de edificación, pero por lo
menos que sea corta, que digan que tenía grandes deseos”.
Grandes deseos y… obras. Porque esta
monja tan sencilla y tan serena, tan deseosa de ocultarse y de no dar qué
decir, se ha convertido en la monja andariega que funda conventos y que es, sin
pretenderlo, Madre de centenares de monjas.
Con las enfermas, ya sabemos, es casi
exagerada en cuidados y delicadezas. Ella es la que va casi siempre a los
médicos, a las operaciones, a atenderlas en las clínicas que necesiten. Una de
las veces que ha tenido que ir a Madrid por esa causa, se ha detenido, al
pasar, a saludar a las Carmelitas de Talavera de la Reina, y éstas le han
hablado de las necesidades espirituales de aquella ciudad en plena expansión.
De aquí surgió la iniciativa de ofrecer allí a los padres Carmelitas una
iglesia y convento en un barrio nuevo a las afueras de la ciudad. Y se hizo San
José de Talavera. En 1956 muere doña Catalina Urquijo de Oriol, su gran
bienhechora, y a su hija, monja en el Cerro, le pertenece su parte de herencia,
que se emplea en esta obra. Obra que se termina e inaugura el 15 de octubre de
1960. El bien hecho por esta fundación, enseguida también parroquia, ha sido
inmenso. Así las Carmelitas de Talavera y las de Arenas tenían también a mano
confesores de la Orden.
10. Más palomares marianos
Las primeras fundaciones han
proporcionado a la Madre más quebraderos de cabeza y más viajes y estar
pendiente de las obras. Ahora que su salud se va deteriorando, sus hijas y
Manuel Mulas le ahorran muchos trabajos. Y sobretodo, su misma fama ha
despertado en algunas familias con posibilidades económicas, el deseo de
facilitarle nuevos Carmelos, para los cuales le han dado prácticamente casi
todo hecho.
Así ocurrió con el de San Calixto, en la
Sierra de Córdoba. Era el sitio del antiguo monasterio de El Tardón de monjes
basilios, discípulos de san Juan de Ávila, que se tuvieron que insertar en
alguna orden por mandato general de san Pío V. Allí fueron célebres Mateo de la
Fuente, Diego Vidal, Esteban de Centenares, etc. Pero todo desapareció con la
exclaustración.
Todo no, quedó el edificio de la iglesia
y las ruinas del monasterio. Habían comprado la finca los Marqueses de Salinas,
que hicieron allí su casa de campo y que se ofrecían a fundar un convento donde
estuvo el antiguo. Pero no encontraban quién lo quisiera.
Como tenían una hija en el Carmelo, se lo
dijeron a la Madre Maravillas, que desde Arenas fue a verlo. Salió el 22 de
abril de 1955 y pasó allí el día 23. La soledad era absoluta: los pueblos
próximos estaban a muchos kilómetros de distancia. Allí sólo había alcornoques
y ciervos. En un inmenso espacio de toda la sierra no había ni un sagrario… La
Madre les oyó y quedó impresionada. Los Marqueses se ofrecían a dárselo todo
hecho. Pero no se decidía. La Madre jamás se lanzaba a hacer algo sino después
de mucha oración y de pensarlo bien. En esta ocasión antes de retirarse a
descansar tuvo la certeza de que Dios lo quería y fue a comunicárselo a los
señores, pero les puso la condición de que se hiciese todo con la mayor
pobreza. Y el 30 de mayo del año siguiente se inauguraba solemnemente. Nada
faltaba; ni el gallinero, ni la vaca en el establo, ni la despensa abastecida.
Y ahora a orar y a trabajar la huerta y las labores. El caso es que desde
Hornachuelos, desde Córdoba, la fama del nuevo Tardón se extendió enseguida, y
las monjas se vieron desbordadas de quehacer y de vocaciones.
Desde Arenas todavía se hizo la fundación
de Aravaca (Madrid). El terreno fue un obsequio de la familia Oriol. Aquellas
cercanías de Madrid estaban llenas de chalets lugar de descanso los fines de
semana. Y junto a ellos, otros sitios no tan “sanos”. Allí estaría bien “una
quinta de recreo para Jesucristo”, que fuera a la vez de reparación. Esta vez
se encargó de realizar el proyecto la Madre Magdalena de la Eucaristía, que
desde el Cerro, además, vigilaba las obras con más facilidad. Y como a ella en
cuestión de pobreza todo le parecía mucho, hizo un conventito el más chico de
todos, con buena huerta, esto sí, y también rodeado de soledad carmelitana.
Madre Magdalena fue a este Carmelo de priora. La inauguración se hizo el 21 de
junio de 1958. Madre Magdalena hubo de ir después de tres años en Aravaca a la
fundación de Montemar (Torremolinos-Málaga), fundación difícil, para pronto
volver a Aravaca, por varios motivos, a sufrir su martirio y morir santamente.
Todavía desde Arenas, la Madre Maravillas
hizo la fundación de La Aldehuela (1961), de que hablaremos después, por ser el
lugar de su descanso definitivo y de su sepulcro. La casa de Montemar fue otro
regalo al Sagrado Corazón. Montemar está algo por encima de Torremolinos. Este
nombre sonaba a los españoles como a algo moralmente peligroso. Aquella costa
malagueña hacia Marbella se había convertido en una tierra de diversiones, sin
ética cristiana. No es que todos los que allí vivieran fueran pecadores, pero
había muchas facilidades para serlo. La tierra, el mar, el clima…, preciosos.
Pero necesitado todo de presencia de otros valores espirituales.
En 1921 doña Carlota Alessandri, dueña de
muchos terrenos en el lugar, y cuya familia fue en gran parte la causa de
aquellas urbanizaciones, quiere hacer algo que oxigene el ambiente. Habló con
alguna congregación religiosa de vida activa, que no accedió. Y un día el padre
Borja Medina, s.j., que celebra Misa en su oratorio particular, le habla de los
conventos de Madre Maravillas y la pone en comunicación con la Madre. Mediaron
cartas y visitas de la señora y del padre Borja a la Madre Maravillas. Ésta no
se decidía. Allá, tan lejos, en ambiente tan difícil… Pero el Padre la
persuadió: un Carmelo será un testimonio
de fe viva, que allí hace tanta falta. Y la Madre Maravillas envió monjas a
verlo, que volvieron bien impresionadas. Y fue ella varias veces, alguna ya muy
enferma, y todo se decidió y planeó. Doña Carlota hizo el convento pobre, pero
bellísimo, como es la tierra: lo envuelven alegrías, jazmines, buganvillas,
naranjos, limoneros… Y, sobre todo, aire espiritual. Se inauguró el 7 de mayo
del 64. Madre Magdalena fue de priora, como acabamos de decir, pues se
necesitaba una monja de experiencia y salero. Y de todo eso ella tenía mucho.
Madre Maravillas hizo más: compró a bajo
precio otros terrenos a doña Carlota para hacer una residencia para señoras,
una escuela de niños, una residencia para empleadas en hoteles, un espacio para
que la diócesis construyese una parroquia. Todo encomendado a las Carmelitas
Misioneras. Un bien inmenso.
Y el Carmelo, dando testimonio: varias
conversiones de gente “divertida”, de cantantes, etc., que con sólo saber que
allí había aquellas monjas o sólo oír las campanas…, se acercan y cambian de
vida. Por cierto, que las campanas tocaron solas en el momento de la
consagración de la Misa que se celebró por doña Carlota, el día siguiente de su
muerte.
La primera monja que murió en Montemar
era muy querida de la Madre: la hermana María Magdalena de Cristo. Estuvo
casada con don Manuel Alemán, y con permiso especial de la Santa Sede pudo él
hacerse sacerdote en Ávila y ella Carmelita en Duruelo. Escribía la Madre:
“Mire que haberme querido
coger a mí la delantera en ver a Cristo nuestro Bien, ‘el rostro desconocido y
amado’… ¿qué será?” (Carta a la Madre Carmen de Santa Teresa, octubre de 1965).
“Yo la quería muchísimo y
lo he sentido de verdad. Dichosa ella que ya pasó ese momento de la muerte,
siempre duro para la naturaleza, y estará gozando de su Dios para siempre,
siempre, siempre… ¿Se da cuenta de la felicidad que es morir en la casa de la
Virgen?” (Carta a la misma, 22 de diciembre de 1966).
11. La Aldehuela
La Aldehuela no es ni una aldehuela. Es
un descampado, con un paisaje árido, sin belleza. Está en las afueras de
Madrid, en la resaca de las barriadas incómodas. Cerca del Cerro, que se divisa
a unos dos kilómetros. Pertenece, pues, a Getafe. En este lugar había existido
la trapa de San José que se trasladó, en 1927, a Navarra.
Doña Asunción Jaraba, viuda de MacCrohon,
dueña de aquellas tierras, le ofreció a la Madre un trozo de su finca, y don
Ricardo Fernández Hontoria, padre de una monja, les edificó el convento. No
hubo, pues, problemas en este sentido.
El 8 de enero del 61, cuando Madre
Maravillas plantó su “palomarcito”, volvió a recuperar La Aldehuela el carácter
espiritual y místico que había perdido. Desde la huerta se divisa el Cerro de
los Ángeles y la silueta majestuosa del Corazón de Jesús. Además, el lugar está
tan retirado y escondido, que encanta a la Madre. Rehecho, casi todos los que
van allí por primera vez, se pierden. Un rincón oscuro, que iba a hacer célebre
ella sin quererlo. El día 22 de diciembre del año 60 salió de Arenas y el 9 de
enero del 61 se celebró la primera Misa del nuevo nido. Estuvo al pasar, eso
sí, unos días en el Cerro, su Cerro…
En La Aldehuela su vida llevó el ritmo de
siempre: oración, trabajo (los rosarios de rosas, sobre todo), salidas aún a la
fundación de Montemar, y al Escorial, y a Ávila que enseguida diremos. Enferma,
cada vez más encorvada, con más achaques: pulmonías, en los años 68 al 70
ántrax que la hicieron sufrir mucho, finalmente el corazón que falla. Cartas a
sus hijas de todos los conventos y a otras muchas personas, consultas, visitas.
Era como una lámpara que al acercarse a su extinción chisporroteaba más
intensamente todavía. Un aparato rudimentario le permitía comunicarse con el
Cerro, y luego el teléfono vino a sustituirlo, aunque su uso personal fue
discretísimo.
A propósito de sus enfermedades hay que
consignar que el doctor Marañón, que conocía a la Madre desde antes de entrar
en el convento, la siguió tratando, y a sus monjas hasta que falleció, en 1957.
Un hijo de este doctor estaba casado con una sobrina de la Madre Maravillas. En
noviembre de 1962 sufre ésta un amago de hemiplejia. A partir de entonces la
atendió el doctor Francisco Vega Díaz, hasta el fallecimiento de la Madre.
Ambos médicos la veneraban. Y el último escribió sobre ella en la prensa y dio
una conferencia, editada luego.
Una gran alegría tuvo en 1968 con la
visita del brazo de santa Teresa. Pero todavía desde La Aldehuela le quedaba
mucho que hacer.
12. El Escorial y La Encarnación
En noviembre de 1963, el Siervo de Dios
don José-María García Lahiguera, obispo auxiliar de Madrid y Visitador de
Religiosas, le escribe pidiendo que vaya a El Escorial porque el monasterio
carmelitano se hunde y necesita además vigorizarse…
El Carmelo de El Escorial era “su”
Carmelo. En él hubiera vivido normalmente hasta morir. A esta petición no puede negarse, y a lo largo
del año 64 va varias veces para ver qué se puede hacer y cómo. Hubo que hacer
mucho, más de lo que se preveía. Los medios los fue enviando la Providencia. Y
el 24 de agosto del 64 varias monjas de sus conventos se hacen cargo de aquella
casa de la Virgen, que florece en vocaciones y en santidad.
La restauración del monasterio de La
Encarnación de Ávila fue otra de sus grandes realizaciones. Sabida es su
historia. Es el monasterio donde entró Carmelita santa Teresa, donde estuvo
durante treinta años y de donde salió para iniciar su Reforma en el convento de
San José. El 24 de agosto de 1940 la comunidad de La Encarnación había pasado a
la Descalcez. Pero el monasterio se caía de viejo, la comunidad necesitaba ser vitalizada. El
obispo de Ávila, don Santos Moro, recurrió a ella. La Madre se resistía: otras
comunidades serían más a propósito, además su edad y las enfermedades la
dificultaban bastante. Pero tuvo que encargarse, pues don Santos la apremia. El
año 1966 va a verlo (luego va otras veces), y al fin envía nueve monjas de sus
casas que refuerzan la comunidad (24 de septiembre del 66). Para las obras hubo
que recurrir a la Dirección General de Arquitectura, y el Estado ayudó mucho.
De milagro estaba en pie tal monumento:
las vigas, que estaban sin apoyo, se deshacían en polvo al caer al suelo,
dejando como recuerdo las figuras caprichosas de los nervios de la madera.
Cinco años duraron las obras, dirigidas por la hermana Isabel de Jesús,”la
arquitecto”, y su hermana, la Madre Magdalena de Jesús, priora del convento. Un
trabajo arduo: había que restaurar, conservando todo lo posible, lo de los
tiempos teresianos; hubo que construir un pequeño monasterio dentro del viejo,
pues éste era inmenso (como para ciento ochenta monjas); se descubrieron la
cocina de la celda de santa Teresa mientras fue conventual y la puerta por
donde entró a ser priora en medio del alboroto monjil; se hizo un museo bellísimo
para los peregrinos y turistas; y un conventito de religiosas Siervas del
Evangelio para atender la sacristía exterior y una guardería infantil.
Pero todo se hizo, mientras la Madre iba
declinando con sus pulmonías frecuentes, su agotamiento y sus años y trabajos.
13. Su alma
Antes de historiar sus últimos años,
hemos de detenernos para hablar de su vida y asomarnos a su alma. Este es un
problema difícil, si no imposible. Cada alma es un misterio, cada hombre tiene
su secreto, que sólo sabe Dios y, si acaso, el mismo interesado. Es cierto que
en este caso tenemos bastante documentación sobre la Madre; muchos la hemos
conocido directamente, sobre todo sus hijas.
Todos estamos de acuerdo en que lo
característico de la Madre ha sido su humildad, su bondad. Una humildad
auténticamente cristiana, muy teresiana.
Pues
bien, la Madre Maravillas fue sinceramente humilde. “Humildad de
raíz” -como ella gustaba decir-. Una
humildad infusa. Ella misma, como ya dijimos, nos dice cómo un día, allá en los comienzos de su vida de
Carmelita, después de haber estado en el locutorio, donde le habían alabado
alguna de sus cualidades espléndidas, iba un poco complacida de esas alabanzas
que había recibido. Y le pareció oír en el fondo del alma esta frase misteriosa: “Y Yo fui tenido
por loco”. Eso la fundó en humildad para siempre. Sentir su pobreza, sentir su
nada, querer ser tenida por nada. Los textos casi hieren. Como en santa Teresa,
que siempre está hablando de su “ruin vida”.
Pero no perdamos de vista el plan alto,
místico, no meramente moral en que ella se mueve. Cuando se llega a esas
alturas, la cercanía de Dios pone vivamente de relieve la finitud y la pobreza
humanas frente a la infinitud y pureza divinas, y hace necesariamente fundarse
en la verdad, en la humildad. Algún texto de la Madre a este propósito:
“Nunca he sentido como
ahora no ser santa. Y en lugar de esto veo con una claridad mi propia pobreza y
miseria…” (Carta al padre Alfonso Torres, 1931).
“Padre nuestro: Me está
haciendo ver el Señor mi miseria de una manera distinta de la de antes, pues es
como en su presencia y con paz. Pero algo que me metería en las entrañas de la
tierra, y ante mis propias hermanas no levantaría los ojos de pura vergüenza.
¿Y cómo puede ir con esto la sed de amar al Señor, de unirme a Él que tengo?”
(Carta al padre Florencio del Niño Jesús, 1938).
O el siguiente:
“Yo necesitaría un
vocabulario especial para mí, pues para dar a entender lo que siento, a veces
tendría que emplear palabras que no me gustan nada, que no me van, que no es
aquello seguramente, y, sin embargo, no se otras. Pues aquellas que no querría
decir, que no son seguramente, son las únicas con las cuales puedo explicarme.
No tema nunca decirme, padre, todo lo que sea. Que sí creo que lo único que deseo
es servirle al Señor en verdad y, a veces, temo no hacerlo, y que todo sea
ilusión y mentira” (Carta al padre Torres, 1932).
“Habitualmente no tengo
nada de nada dentro, sólo este sufrir a lo tonto; pero hoy en el refectorio,
sin pensar nada, tuve una vista tan clara en globo de mi miseria, que tuve que
hacer un esfuerzo grande para quedarme en mi sitio y no arrodillarme en medio
del refectorio manifestándolo en lo posible… Después yo no sé, fue un hacerme
ver el Señor la propia nada y miseria, que con hacérmela ver hace años casi
siempre, hay veces como esta que parece es la primera, o que se han descubierto
de repente, englobadas, aún mayores profundidades de ellas. No sé, pero es un
llenarse de vergüenza y al mismo tiempo un avivarse el amor…” (Carta al mismo,
1932).
“Tengo verdadera sed de
amar al Señor. Sed de desprecios y de sufrir”.
Es siempre este su tono… De ahí, como
digo, la sencillez, la naturalidad en todo de la Madre Maravillas. En las
palabras: era mujer de pocas palabras, pero tan exactas, tan penetrantes cuando
las decía… En sus escritos, sus cartas, que son los únicos que nos ha dejado, y
que son tan parecidas a las cartas de su santa Madre Teresa. En sus gestos, en
sus actitudes todas. No jugó ningún papel en la vida. A veces, ante problemas
que le presentaban o que surgían en sus monasterios, decía con toda sencillez:
“No tengo luz, no sé cómo resolverlo”.
Ella no llamó la atención, no quiso
llamar la atención nunca. “Ser nada”, repite incesantemente. Ya dijimos cómo no
quería ser priora y ansiaba desaparecer.
Es el mismo tono de sencillez que tienen
todas estas almas humildes, almas grandes. Por eso también, como en Teresa, su
temor ante la invasión de las gracias divinas, que le hace recurrir con toda
humildad a sus directores. Escribe, por ejemplo, en una ocasión al padre Torres
(1932):
“Después he empezado a
pensar que todo esto no son más que imaginaciones, que lo que debo hacer
es no hacer caso y no decir nada a
Vuestra Reverencia. Se lo digo todo, y así Vuestra Reverencia juzgará. Estoy
sufriendo mucho, pero a pesar de todo tengo paz. Lo único que quiero es no
ofender al Señor, y siendo esto así, lo demás poco importa. Aunque nada fuese
verdad, no le ofenderé con sentir estas cosas y estos sufrimientos, ¿verdad?”.
También fue consecuencia de su humildad
ese silencio que guardó siempre sobre su vida interior. Esto es impresionante.
Ella no hizo confidencias jamás a nadie más que estrictamente a los directores
de su alma. Sus hijas más íntimas, que han convivido con ella años y años, no
sospechaban nada de su vida mística interior. Sí se daban cuenta de que era una
vida muy profunda, muy espiritual, muy endiosada. Pero de los fenómenos
místicos que tenían lugar allí, en el secreto de su corazón, nadie sabía nada.
Guardó el secreto del Rey. Si no hubiese sido por esas cartas a sus directores
que afortunadamente conservaron, y que han aparecido después de muerta la
Madre, no sabríamos nada de su vida profunda e interior.
Era una intimidad compartida entre Dios y
ella, entre Dios y el alma. Y la intimidad compartida no puede revelarse sin
permiso de los que la comparten. Por eso, estos secretos de Dios en el alma, a
no ser por necesidad de recurrir a alguien que oriente, que confirme, o quizá
por hacer bien a otros, no se deben revelar. Madre Maravillas es un ejemplo
extraordinario de maravillosa discreción.
Su misma actuación externa fue toda en
esa misma línea de humildad. Las fundaciones vinieron por su propio peso sin
buscarlo, al haber tantas vocaciones que afluían al Carmelo del Cerro.
No fue escritora; sólo nos quedan sus cartas. Admirables cartas,
sobre todo a sus directores, como hemos dicho, y a sus hijas. Porque ni Dios ni
nadie le pidió serlo. No estuvo en las mismas circunstancias que la santa Madre
Teresa, por ejemplo.
Sencilla, humilde, pura bondad, en todo y
siempre.
Y ahora sería interesante acercarnos, ¡si
pudiéramos!, al secreto de su vida interior. Pensemos enseguida que se trata de
una Carmelita Descalza. El Carmelo es un alto lugar del espíritu. La intensa
vida espiritual del Carmelo Teresiano es herencia de la Madre Teresa y del
Padre y Maestro Juan de la Cruz. Es algo
que se ha conservado y vivido intensamente en los “palomarcitos de la Virgen”.
La vocación de Carmelita Descalza es una vocación contemplativa, y el Carmelo
ofrece un clima a propósito para que esa vida pueda allí florecer. Su silencio,
su recogimiento, su austeridad, su alegría predisponen y ayudan para que la
vida contemplativa y mística pueda darse allí espléndidamente.
La
doctrina, la vida, la herencia riquísima de santa Teresa y de san Juan de
la Cruz fue el rico alimento nutricio de la Madre Maravillas. Pan candeal de
las tierras abulenses en que ambos nacieron. La Madre Maravillas lo asimiló
maravillosamente. Hasta las frases, hasta la terminología de sus cartas es
profunda y evidentemente teresiana. El estilo ascético y amoroso de sus
virtudes y de las virtudes que cultivó en sus hijas lleva también el sello
teresiano: la caridad, la humildad, la sencillez, el desprendimiento, la
pobreza…, todo tiene allí sabor teresiano.
Su cristocentrismo es típicamente
teresiano. “Cristo nuestro Bien”, dirán santa Teresa y la Madre Maravillas
innumerables veces, como una consigna y una explicación de sí mismas.
No olvidemos, por otra parte, que el
cristocentrismo es también la clave de toda la doctrina de san Juan de la Cruz.
Su espiritualidad es eminentemente cristocéntrica, aunque no se vea tan
claramente como en la Madre Teresa. Pues bien, la vida profunda de la Madre
Maravillas se explica mejor a la luz de san Juan de la Cruz y de sus enseñanzas
que a la luz de las de santa Teresa, aunque sus elementos “formales” sean más
teresianos. Al fin y al cabo ambas eran mujeres. Desde que conocí a la Madre
Maravillas y desde que la he conocido después más por estos documentos
confidenciales suyos, me di cuenta de que su espiritualidad estaba en la línea
de san Juan de la Cruz. Claro, cada alma es un alma. Los esquemas sanjuanistas
son eso solamente: esquemas más o menos abstractos. Que orientan, pero que no
agotan la realidad existencial de cada experiencia mística. Cada cual es cada
cual. La persona humana es algo irrepetible.
Las noches clásicas de san Juan de la
Cruz, por ejemplo (noches pasivas y noches activas del sentido, del espíritu),
son eso, un esquema. Son cuatro momentos, que no pensemos se suceden uno a otro
rigurosamente. No; se interfieren, se alternan, se profundizan según las
necesidades psicológicas y espirituales de cada alma, según los planes de Dios
sobre cada una también.
14. Itinerario espiritual
¿Cuál fue el itinerario espiritual íntimo
de la Madre Maravillas? En realidad, poseemos pocos documentos para trazarle de
una manera rigurosa y exacta. Son suficientes, sin embargo, para poder afirmar
que su vivencia de Dios, de Cristo, fue rigurosamente mística.
Ha padecido la experiencia de la ¡quemadura
viva de Dios! Digamos enseguida sin fenómenos externos, sin fenómenos
somáticos. Profundo recogimiento, intimidad registrada, vivencia espiritual,
nada más. Sanjuanista más que teresiana en esto. Es decir, la vida mística en
la Madre Maravillas adolece de la sencillez de toda su existencia. Esto
prejuzga favorablemente ya su autenticidad. Gracias íntimas, intelectuales,
palabras sustanciales que son la misma unión, según san Juan de la Cruz. Toques
vivos que ella después proyecta a través de sus mecanismos psicológicos y sus
archivos conceptuales e imaginativos, tan sobrios y tan exactos. Recordemos que
esos toques de Dios en el alma, todo hombre los traduce después humanamente a
través de esos archivos conceptuales e imaginativos que cada uno poseemos. Es
la traducción humana de una gracia inefable, divina, que es de suyo
intraducible.
Todo ello vivido en un clima de fe pura
según también las recias y seguras enseñanzas de san Juan de la Cruz, según las
lecciones de esa maravilla que es el libro segundo de la Subida al Monte Carmelo. “En oscuro, en escondido”, repite la Madre
Maravillas. Esa fe pura, que es llamada radical de Dios y que es respuesta,
entrega total por parte del hombre.
En ese clima de fe pura y profunda es
donde se desenvuelve y florece la vida espiritual de la Madre Maravillas. Por
las cartas al padre Alfonso Torres en el año 1931 y 1932, y por las cartas al
padre Florencio del Niño Jesús en el año 1938, podemos darnos cuenta de que su
vida espiritual se caracteriza por alternancias de amor purificante,
esquivo -que diría san Juan de la Cruz-,
y de amor llameante, gozoso, en todo caso unitivo. Se piensa en las Sextas
Moradas de santa Teresa, se piensa en la Madre María de la Encarnación, la
famosa ursulina de Québec. O en estas frases de san Juan de la Cruz:
Allá, en la mitad de la noche, se da “una
influencia de amor en el espíritu, en que en medio de estos oscuros aprietos se
siente estar herida el alma viva y agudamente, en fuerte amor divino… Siéntese
aquí el espíritu apasionado en amor mucho, porque esta inflamación espiritual
hace pasión de amor, que por cuanto este amor es infuso, es más pasivo que
activo, y así engendra en el alma pasión fuerte de amor” (N. 2, 11).
Es el fuego que transforma el madero en
brasa viva, candente, reduciendo antes a cenizas todo lo que estorbaba a esa maravillosa
realización. Por eso estas sensaciones espirituales, a días de dolor y a días
de gozo exultante, dos efectos distintos en definitiva de una misma divina
acción.
Entresaco algunos fragmentos de sus
cartas. En el año 1931-1932, al Padre Torres:
“Yo me encuentro tan nada,
tan incapaz para toda virtud. Pero sí me parece como si el Señor quisiera que
dejase perderse toda esta nada en Él, y ser Él quien viviese en mí. Hace tiempo
que siento una como atracción a permanecer como amando y adorando al Señor, que
siento, aunque tan en oscuro y tan escondido en lo más íntimo del alma. Es una
cosa que parece nota uno más bien en sí. Esa diferencia de las Moradas del alma
de que habla nuestra santa Madre. Padre, ¿será verdad que de mí lo que quiere
el Señor es ese permanecer así, amando y adorándole en mayor o menor vacío, en
dolor o en gozo, no reparando más que en que Él puede hacer en ese centro del
alma cuanto quiera, en dejarle obrar?”…
Dice en otra:
“Es como un algo que siente
el alma allá en lo más hondo, que no es nada para poder decirlo, pero que es
para ella mucho. Es en oscuro, sin poder distinguir nada, un exigir al Señor
algo, que sin ser esto ni lo otro, supone un darse, mejor dicho, un dejarse
coger del todo. Y esto que siente el alma causa un intenso sufrimiento, por
verse por una parte así, tan fuertemente atraída e impelida, y por otra tan
incapaz para ello, tan separada del Señor. Y, sin embargo, este sufrimiento
parece que constituye su vida, y su mayor dolor sería que cesase”.
Y en otra:
“Al ir a comulgar anoche,
estando sin nada en todo el oficio -es
la noche de Navidad de 1931-, sentí de repente avivarse la fe, y me pareció (no
sé cómo) como si la Santísima Virgen me entregase en aquel momento al Niño,
pero tan claro y tan fuerte esto, que instintivamente descrucé las manos, y
como si realmente le tuviese en los brazos, volví a mi sitio con trabajo. Allí
no sé lo que fue. Esta vez mucha dulzura, y como mucho amor. Sentía como la
grandeza de Dios en confuso al mismo tiempo, por encima de todo lo de este
mundo. Cómo a Él nada puede llegar (no sé explicarme) y al mismo tiempo el
dolor por las ofensas que locamente cometen sus criaturas. Me parecía ver,
sentir, no sé, el amor del Señor a mi alma, que se deshacía en su miseria
Porque yo me veo mucho más miserable, más nada sin comparación todavía que
todas las criaturas que han existido, que existen y existirán. Esto es
enteramente cierto. No sé cómo, pues estaba deshecha, y no hacía más que
entregarme a Él y sin palabras pedirle sufrir, dárselo todo”.
“¡Ay, padre! Le digo todas
estas cosas antes y no es eso, es otra cosa, es mucho más de lo que puedo
decir… Lo que siento es tan grande y por otra parte tan sencillo, me parece que
nosotros, yo por lo menos, lo complico todo y es en sí tan una sola cosa
necesaria… ¡Qué torpeza, padre, para explicarme!; en fin, vuestra Reverencia
suplirá y me dirá por caridad si me extravío, porque de virtudes, que sería lo
bueno, no puedo hablarle nada; al contrario, me encuentro muy capaz de los
mayores pecados, si el Señor me dejara un momento, esto hasta qué punto… Otras
veces no es nada de todo lo que aquí digo, sino sólo una inmensa amargura, un
sufrimiento tan grande sin nada más que esto, y entonces sólo puedo, como
bajando la cabeza, aceptarlo y estar así hasta que el Señor quiera. La víspera
y el día de nuestra Santa Madre han sido muy fuertes de esto. ¡Qué vergüenza
decirle estas cosas!”.
“Sin estar ese sufrimiento
de que esta mañana le hablaba, parece como si se hubiese encendido en el alma
un fuego de amor tan fuerte que a cada paso parece no se puede ya soportar”.
Este es el tono incesante de las cartas
de esos años 1931-1932 dirigidas al padre Alfonso Torres. Alternancias -como se ve-
de dolor y de amor. Noche pasiva del espíritu que se agudiza, en el año
de 1938, durante su estancia en las Batuecas. Esa noche pasiva que purifica
hasta las raíces mismas del ser. Algunas frases de las cartas de entonces
escritas para el padre Florencio:
“Padre nuestro, en la
oración he creído que me moría… Estoy segura que el Señor justísimamente me ha
abandonado para siempre…”.
“Acepto todo, padre, para
mí, hasta el infierno, si allí pudiera amar a Dios. Escribo este papelito sin
saber si hago mal, pero es que no puedo más. Si viera cómo estoy, seguro que me
compadecería”.
En ese sublime abandono a que llegan las
almas en esta noche pasiva del espíritu, en la cual, como indicaba, Dios
purifica hasta la médula del ser. Luego se fue haciendo más y más luz y gozo en
su alma. Así en algunas de las cartas de después:
“Generalmente me quedo
hasta la una (en oración) y algún día un poco más, cuando tengo menos que hacer
o cuando me siento fuertemente atraída al pie del sagrario. Entonces no hago
más que, en un profundo silencio interior, estar junto al Señor y amarle”.
Y esta otra:
“De resultas de esto no
tengo más deseo que el de fundir por
completo mi voluntad con la de Dios. Ni más pena que la de haberle ofendido, y
perdido así el tiempo que Él me dio para amarle y servirle”.
Y finalmente este texto:
“… Desde el otro día es un
tormento, dulcísimo, eso sí, y que no quisiera cesara, pero que si dura, yo no
sé cómo se puede vivir, sobre todo así, teniendo que disimular y atender a tantas cosas que no son de Dios. Bien sé
que todo es por Él, que con todo se le puede agradar; pero, si no deja de
atizar esta llama de su amor y el deseo de poseerla, de veras creo que no se
podía resistir mucho”.
Resumiendo: una vida profunda interior
con experiencia de la misma; una conciencia viva de su vida en Cristo, en Dios.
Con sus inevitables momentos quemantes, lacerantes, que purifican para que la
caridad divina posea más y más el corazón, para que una, para que transforme,
para que endiose, “con llama que consume y no da pena”. Muy en fe, muy
puramente espiritual, muy sencillo, muy teresiano, muy sanjuanista, muy joánico
y paulino, muy cristocéntrico.
¿El itinerario de Las moradas teresianas? Seguramente, no. Quizá más sencillo, menos
clasificado, más a lo san Juan de la Cruz. Pero para mí es evidente que la
Madre Maravillas ha llegado a la unión transformante, a la unión abisal. Y todo
oculto por su sonrisa sencilla, humilde, por su
maravilloso dominio interior y exterior. Ella no era nada.
Se comprende mejor, por todo esto, su
bondad tan humana, tan sobrenatural, su influencia penetrante y eficaz entre
tantas personas, no sólo de sus hijas, sino hasta de intelectuales que tuvieron
relación con ella, como el doctor Marañón, el doctor Vega Díaz, etc. Su irradiación
fue grande. Y la intuición extraordinaria que tenía para conocer situaciones de
almas. Yo conocí algún caso de discernimiento realmente sorprendente y
sobrenatural de la Madre acerca de una vocación para el Carmelo.
Esa vida mística tiene todas las garantías
de autenticidad. Ortodoxa en su base doctrinal y por el profundo sentido
eclesial de su fe y de toda su vida. Aprobada por hombres egregios en doctrina
y espíritu que la conocieron. Proyectada luego en una vida de equilibrio y
acierto en sus criterios, en su comportamiento, en toda su actuación. Por sus
virtudes, tan ciertas y heroicas. Por su valía formadora: ahí están sus
Carmelos, sus hijas, sus obras. Un capítulo interesantísimo de su biografía
será el de la Madre Maravillas formadora.
“Por sus frutos los conoceréis”. Madre Maravillas es por todo ello un magnífico
testigo de Dios junto a nosotros, en el día de hoy.
15. La Asociación de santa Teresa
Se ha escrito por ahí que la Madre
Maravillas reformó a las Carmelitas Descalzas. Nada más falso. Al contrario.
Madre Maravillas quiso conservar en su sentido más genuino las observancias
teresianas del Carmelo.
Remontémonos al año 1950. promulgación de
la Constitución Sponsa Christi, por
Su Santidad Pío XII, referente a la opción de Federaciones de los monasterios,
con sus noviciados comunes, madres federales, religiosos que las asesoraban,
con las consiguientes reuniones, visitas de los dirigentes de la Federación,
cursillos, etc., etc. Cosa que bien hecha fue oportuna para algunas Órdenes.
En las Carmelitas Descalzas surgieron
dificultades, pues no concordaba con lo que santa Teresa trazó: comunidades
autónomas y estables, número limitado de monjas, estricta clausura, etc. En
realidad, el Carmelo no necesitaba muchos cambios. La vida y observancia de las
Carmelitas pueden y deben ser siempre las mismas.
Madre Maravillas consultó con muchas
personas, entre ellas con el General de la Orden del Carmen, padre Silverio de
Santa Teresa, y con el secretario de la Congregación de Religiosos, un español,
el padre Arcadio Larraona, luego Cardenal. Todos ellos estuvieron de acuerdo.
Años después, el Vaticano II, recogiendo
la invitación del Papa Pío XII, para ayudar a las religiosas contemplativas, en
su Perfectae caritatis, les recomendó
promover “Federaciones”, asociaciones o uniones de sus conventos.
Madre Maravillas aceptó
incondicionalmente todas las nuevas normas jurídicas y litúrgicas que Roma
pedía. Consiguió crear una “Unión” de Carmelos con las características que
apuntaba el Decreto Perfectae caritatis,
en el número 22: las mismas constituciones y costumbres, estar animadas del
mismo espíritu y ser comunidades pequeñas. La finalidad de dicha Unión era que
sus Carmelos, y otros que se adhirieran a ellos, pudiesen ayudarse con
facilidad, espiritual y económicamente y hasta con el personal necesario, sin
salidas ni entradas, sin visitas ni visitadoras, etc. Ya tenían para eso a los
obispos. Y ella ya lo venía haciendo de siempre, como diremos luego.
El hecho es que esta Unión fue aprobada
por Roma el 14 de diciembre de 1972, con el nombre de Asociación de Santa
Teresa, y la Madre fue elegida Presidenta por unanimidad el 12 de marzo de
1973.
16. Toda para todos
En Madre Maravillas se conjugan la altura
de contemplación y de acción. Es una mujer unificada por y en el amor divino.
Nos hemos asomado a su vida interior, que
fue sin duda abisal. La hemos seguido andariega, fundando Carmelos por España.
La hemos visto enfrentarse con problemas y situaciones difíciles. Pero no se
agota su existencia en todo ello. No olvidemos la formación de sus monjas y el
trabajo de correspondencia cada vez mayor que llevó consigo a lo largo de su
vida. Añádanse las visitas y cartas de otras muchas personas, a las que atendió
con toda caridad y paciencia. Pero aún hay más.
Su caridad en ayudas materiales a todos
fue desbordante. A sus obreros (carreras a los hijos, delicadezas para suavizar
sus trabajos del calor o del frío, colocaciones…), y a las familias de sus
monjas, becas a seminaristas pobres, misiones, etc. Todos la querían.
Ayuda a otras comunidades, Carmelitas o
no: arreglar un convento, renovar toda la instalación eléctrica en otro, etc. A
los padres Carmelitas, además del Desierto de las Batuecas y la iglesia y
convento de Talavera, les paga deudas, ayuda económicamente en la construcción
del Teologado de Salamanca, ayuda también al colegio de Medina del Campo, les
costea ediciones de libros y les proporciona medios económicos para sus
necesidades particulares, etc.
Su generosidad no tenía límites. Ayudada
por la priora del Cerro, proporcionó cantidad de sagrarios dignos para muchas
parroquias de Ávila, de la contornada de Duruelo y Mancera que los tenían
indecorosos después de la guerra. A su obispo, don Santos, le entregó una cruz
de brillantes de su custodia de Duruelo para su seminario de Ávila, que se
estaba construyendo. Gesto como el de Magdalena de Betania, que ungió con ungüento
precioso de nardo los pies del Señor ante la murmuración
de Judas… (Jn 12, 1-8). Pero hay otros muchos pobres siempre, además del gran
pobre, Jesús.
Por eso, en los años últimos de La
Aldehuela, junto a Madrid, levantará unos colegios para los niños pobres de
aquella zona, con sus campos de recreo, etc. Y dieciséis casas prefabricadas
para quitar otras tantas chabolas, y todo un complejo de iglesia, club de
ancianos, sala de conferencias, club de jóvenes, etc. Ayudará al sacerdote de
Perales del Río, capellán del convento de La Aldehuela, a fomentar y construir
doscientas viviendas. Una verdadera obra social.
Y una casa para las Carmelitas que vienen
a Madrid a consultas y operaciones. Y antes de morir puede ofrecer a Claune
terreno amplio y medios económicos en Pozuelo de Alarcón para levantar una
clínica para todas las monjas de clausura de España: la clínica lleva el nombre
de “Madre Maravillas”. Se terminó después de su muerte. ¿Qué más…?
¿Y cómo podía hacer todo esto la Madre?
Pues muy sencillo. Contando siempre con
la Providencia y cooperando con ella a conseguir los medios. Ya sabemos: las
Carmelitas viven en estricta pobreza y austeridad, para ellas no pueden
“demandar” nada, sí para otros. Ellas viven de sus trabajos, como ya dijimos.
Son sus conventos pequeñísimos, pobres hasta el extremo, limpísimos,
nazaretanos al pie de la letra. Los medios que la Providencia puso en manos de
la Madre Maravillas, nunca los empleó para sí, ni para embellecer ni mejorar la
pobreza de sus conventos. Las fundaciones, unas se hicieron con apuros humanos,
otras con la ayuda de personas generosas, pero siempre con la confianza puesta
en Dios.
A veces ella misma en las recreaciones
consultaba a sus hijas: “¿Qué les parece, podríamos dar lo que tenemos del
gallinero para resolver tal necesidad que nos piden?”. En alguna ocasión hasta
les propuso levantar un convento entero, para las cistercienses de Brihuega,
que estaba en extrema necesidad; y, a fuerza de interesar a muchas personas y
con mucho trabajo por su parte, el convento pudo levantarse.
Realmente la Madre Maravillas ha sido un
milagro de confianza en Dios y de hacer por Él en sus pobres, en sus consagrados,
en las necesidades del Carmelo, en todos.
Ella, siempre tan hija de la Iglesia,
como su Madre Teresa. Se la ha acusado injustamente de resistirse a hacer
ciertos cambios que pedía el Vaticano II. No es verdad. Lo que hizo fue pedir
humildemente a Roma que se conservase todo lo más posible de las observancias
teresianas. Cosa que consiguió y dándole la razón del acierto. ¿Creen algunos
que fue un poco lenta en realizar algunos detalles? Cuestión de prudencia.
Muchas cosas se hicieron entonces por ahí a lo loco, teniendo en no pocos
sitios que rehacer lo que se había destruido o de perderse para siempre leyes y
costumbres admirables. Sabía ella muy bien las advertencias teresianas sobre
estos problemas de “abrir la manga”, que no puede luego volverse a cerrar, sino
agrandarse (Fundaciones c. 27). A la
Madre Maravillas no le faltaron ni vocaciones muchas y buenas ni sufrimientos ni gracias de Dios.
17. Últimos años
A la Madre Maravillas la llevó el Señor a
La Aldehuela para vivir allí sus últimos años y para morir. Durante los mismos
ya la vimos hacer viajes para nuevas fundaciones y restauraciones. Para hacer
cuanto pudo a favor de todos. Y defendiendo la herencia teresiana con toda la
serenidad y energía de que fue capaz. De 1961 hasta 1974, trece años…
Pero su cuerpo y sus fuerzas físicas iban
decayendo. Encorvadita, como consecuencia de su manera de descansar toda su
vida de monja, sentada en el suelo unas pocas horas.
De hecho, como ya vimos, el 7 de
noviembre de 1962 tiene un trastorno vasculocerebral grave y del que, sin
embargo, se recuperó completamente. El 27 de octubre del año 1972 sufrió una
parada cardiaca muy seria, de la que salió gracias al masaje cardiaco
practicado por una hermana, que era enfermera. Recibió la santa Unción. Cuando
en estos últimos años las monjas le preguntaban por su salud, respondía: “Hija,
yo bien no me encuentro nunca”. Y añadía, quitándole importancia: “A mis años,
es lo natural”.
Se ha escrito con mucha ligereza que la
Madre Maravillas estuvo en sus últimos años bloqueada por un triple cerco que
la influía fuertemente: el de algunos sacerdotes y religiosos, el de las
familias de algunas monjas, y el de las mismas monjas que la rodeaban. Cierto
que como todo mortal padecería influencias. Lo contrario sería imposible. El
ambiente nos ayuda y nos limita a todos. Pero a una mujer tan valiosa e
inteligente, ello tuvo que ser muy relativo. Los directores y consejeros
espirituales que tuvo fueron hombres de gran santidad y personalidad; ella supo
hacer un discernimiento muy clarividente en medio de un mundo en confusión, en
concreto en el mundo eclesial. De las familias y amistades de sus conventos
recibiría información mas o menos objetiva o subjetiva, pero nos consta de cómo
ella sabía aceptar o no, cribar ese mundillo de criterios diversificados. Y en
cuanto a sus monjas hay que decir lo contrario: ella era quien las influía; lo
que ocurría es que en sus años de La Aldehuela, dada su edad y enfermedades,
tenía que estar más ayudada y sustituida en ocasiones, como en el locutorio,
por ellas. Hombres de prestigio que conocían bien aquel ambiente, como el
doctor Vega Díaz, admiraban, casi tanto como a ella, a su “enturage”.
Ciertamente, hasta su muerte se mantuvo
siempre con plena lucidez mental, aunque su cuerpo, dada su vida de penitencia,
sus enfermedades, sus sufrimientos y trabajos, se iba consumiendo lentamente.
Cada vez tenía más dificultad de caminar; por eso sus hijas pasaban el final de
la recreación en su celda.
Este año de 1974 fue el de las bodas de
oro de la fundación del Cerro (19 de mayo), y el día 30 las de su profesión
solemne, que celebró silenciosamente. Ahora, en el mes de diciembre, iban a ser
las eternas.
Hasta el 5 de diciembre asistió a Misa de
comunidad, último día que comulgó en el coro. Se llamó al doctor Vega Díaz, que
la encontró muy mal. Y así el día 8, fiesta de la Inmaculada, recibió el
Viático y la Unción, con pleno conocimiento, que conservó hasta morir.
Su muerte fue sencilla, sin nada
extraordinario. Vestida con su hábito, en la hamaca que estos últimos meses le
hacía de cama, sonriendo y despidiendo a todas con la mano. El 10 pudo aún
confesarse y comulgar. “¡La verdad… que somos felices…! ¡Qué felicidad… morir…
Carmelita!”, repetía muchas veces. El día 11, miércoles, expiraba dulcemente, a
las cuatro y veinte de la tarde.
Todos estos años y toda su vida fueron
una incesante oración por los grandes intereses de Dios en el mundo: Iglesia,
Papa, Carmelo, religiosos, pobres… Y haciendo en pro de ellos cuanto podía.
Ella se había grabado a fuego en el pecho el anagrama de Jesús. Había escrito
en una ocasión: “No quiero la vida más que para imitar lo más posible la de
Cristo”. Y esta fue su vida hasta morir.
El funeral tuvo lugar el día 12, pero el
entierro hubo que retrasarlo hasta el día siguiente por las señales de
incorrupción que ofrecía y el perfume exquisito que exhalaba. Los asistentes
pudieron pasar directamente objetos innumerables por su cuerpo, ya que el
Visitador de religiosas de la entonces diócesis de Madrid-Alcalá abrió la
clausura.
Más tarde, el 14 de diciembre de 1981,
ante la insistencia de innumerables fieles, con permiso de la Congregación para
las Causas de los Santos, fueron trasladados sus restos mortales a la iglesia,
bajo la reja del coro. Rodeados siempre de flores, pueden ser venerados por sus
devotos. El Proceso de Beatificación se abrió el 22 de enero de 1981. Y culminó
con el Decreto de la aprobación de sus virtudes heroicas el 17 de diciembre de
1996. El Decreto de aprobación de un milagro atribuido a su intercesión, entre
las muchas gracias que se cree se deben a la misma, tuvo lugar el 18 de
diciembre de 1997.
Su Santidad Juan Pablo II la beatifica
solemnemente en San Pedro de Roma el 10 de mayo de 1998 y la canoniza el 4 de
mayo de 2003 en la madrileña Plaza de Colón.
18. Su misión
Pero la Madre Maravillas ha tenido una misión. Hay almas particularmente
elegidas. Porque todos en última instancia lo somos. Y todos tenemos por eso
una misión y los carismas que ésta necesite para realizarse. Todos somos
Iglesia. Pero algunos tienen una misión especial. Madre Maravillas la ha
tenido. Para descubrirla tenemos antes que volver la mirada hacia el Carmelo
teresiano.
El Carmelo tuvo orígenes eremíticos y
estrictamente contemplativos en Oriente. Al venir a Occidente se hizo otra
cosa: Orden mendicante; por consiguiente, dedicada al apostolado externo como
las demás, sin perder por ello sus raíces monásticas y contemplativas. Las
Órdenes mendicantes hacen a sus frailes monjes en medio del pueblo. Pero el
Carmelo nunca perdió la añoranza del desierto, de donde venía. Por eso
todas sus reformas
insisten en mirar
hacia él, hacia
la contemplación silenciosa. E intentan siempre fórmulas más o
menos de compromiso en las que la vida contemplativa en grande se conjugue con
la vida de acción apostólica, en grande también. Una síntesis un poco ideal y
desde luego un poco difícil. Me refiero hasta ahora al Carmelo en los varones.
Santa Teresa fue, por su psicología, una
mujer para la acción: su simpatía humana, su don de la conversación, su
habilidad para los quehaceres, su energía, su dinamismo la invitaban a ello.
Pero Dios, así milagrosamente, hizo de ella una contemplativa cien por cien. Su
vocación cerebral a la vida conventual en La Encarnación de Ávila y sus largos
años de forcejeo en la práctica de la oración y contemplación, que conocemos
por su autobiografía, nos dicen lo que costó a Dios y a ella empaparse de esa
presencia y posesión amorosa de Dios, espiritualmente más o menos habitualmente
sentidas. Cuando eso se hubo logrado, Dios mismo la lanzó a la acción, una
acción para la cual estaba por naturaleza magníficamente dotada y que fue tan
eficaz y penetrante por el aliento de caridad divina que la animaba.
¿Qué quiso hacer santa Teresa con su obra
reformadora? Desde luego, esa obra se inserta, y en parte se explica, en y por
el movimiento reformista que sacude entonces a la Iglesia. No es obra
tridentina, es decir, no depende de Trento, pero sintoniza con las soluciones y
preocupaciones del Concilio y queda protegida por sus decisiones. Téngase en
cuenta que la santa no adquiere conciencia de su misión de reformadora de la
Orden hasta el año 1567, cuando el padre General Rossi la autoriza y manda
fundar nuevos conventos de monjas, y consigue además de él poder establecer
también algunos monasterios de frailes contemplativos. Antes ella no había
pensado más que en terminar su vida escondida en el conventito de San José de
Ávila.
El pensamiento de la santa acerca de lo
que ella hubiese querido que fuesen sus Carmelos femeninos es diáfano, y se
plasmó al pie de la letra en ellos: vida contemplativa, claustral, toda
oración, austeridad, pobreza, trabajo a favor de la Iglesia, sacerdotes,
herejes, infieles. Contemplación amorosa apostólica vivida en un marco
evangélico, nazaretano, una especie de eremitismo espiritual, si se quiere, en
entrega espiritual por los hombres. Eso fue todo.
Varias veces ha surgido el interrogante:
¿Qué hubiese hecho santa Teresa si hoy, en esta generación del activismo,
hubiese vivido? La respuesta es inútil, pues se trata de un puro futurible.
Ella recibió en sus circunstancias el carisma divino para hacer lo que hizo;
hoy no sabemos lo que Dios hubiera querido de ella. Podemos aventurar, sin
embargo, que seguramente lo mismo, ya que la vida contemplativa sigue vigente
en la Iglesia y quizá con más urgencia que nunca, a pesar de las crisis que la
atraviesan y la sacuden. Hoy esa necesidad y actualidad de la vida
contemplativa en sí, e “institucionalizada”, son vivísimas, precisamente dadas
las dificultades que estamos atravesando. El misterio eclesial lo lleva
consigo. En la Iglesia peregrinante tiene que haber ese grito de vida
contemplativa amorosa, vida y quehacer que es el destino escatológico y eterno
hacia el cual toda esta Iglesia peregrinante se dirige.
Esa vida contemplativa vivida así,
auténticamente, seriamente, es como el corazón escondido de la Iglesia, la
fuente oculta del amor en ella, según la imagen bellísima de santa Teresita del
Niño Jesús, Doctora de la Iglesia. Y esos monasterios de vida contemplativa,
los Carmelos en concreto, son como hogueras de caridad en medio del mundo. Son
como altas centrales de energía espiritual, que desde allí silenciosa y
misteriosamente se irradia.
De hecho la historia del Carmelo
teresiano ha sido gloriosísima. Desde aquel 24 de agosto de 1562, en que se
funda San José de Ávila, hasta hoy.
Santas numerosas han florecido en el
Carmelo: Santa Teresa Margarita del Sagrado Corazón; santa Teresita del Niño
Jesús, la gran santa de los tiempos modernos; santa Teresa de Jesús (“de los
Andes”); la dulce secretaria y enfermera de santa Teresa beata Ana de San
Bartolomé; beata María de la Encarnación (Mme. Acarie), la que centra todo el
movimiento espiritual de Francia en el siglo XVII y es la principal promotora de
la implantación allí de las Carmelitas españolas; beata María de los Ángeles;
beata María de Jesús; beatas mártires de Compiègne, a las que hizo célebres
sobre todo Bernanos con sus Diálogos de
Carmelitas; beata María de Jesús Crucificado (“la pequeña arabita”); beata
Isabel de la Trinidad; santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), la
mujer más intelectual e impresionante del siglo XX; beatas mártires de
Guadalajara; la nueva beata, la mártir madre Sagrario de San Luis Gonzaga y
santa Maravillas de Jesús.
Hasta ahora el Carmelo teresiano se ha
conservado espléndido; espléndido de espíritu y de observancia; intacto, como
salió de las manos de la Madre Teresa. Pero ahora atravesamos “tiempos recios”,
que diría la misma santa. Sin duda, ella los afrontaría serena, sin miedo,
trabajando, orando. Ella misma ha escrito: “La verdad padece, pero no perece”
(Carta 277).
Pues bien, Dios envió en esta coyuntura
crítica a la Madre Maravillas. El Vaticano II ha pedido a los religiosos volver
a las fuentes, renovarse según el espíritu de sus fundadores. Las fuentes del
Carmelo teresiano estaban puras, cristalinas. Las únicas adaptaciones que había
que hacer serían, por consiguiente, aquellas que las necesidades eclesiales e
históricas imponen a todos: la liturgia y los medios prácticos, dentro de la
pobreza, que exige la actual civilización. Por otra parte, la vida
contemplativa en sí misma no exige más que el silencio y profundidad en su
propio carisma, y esto será siempre lo mismo. Exhibirla es contradecir a lo que
es esencial a ella misma.
Antes preguntábamos: ¿Qué hubiese hecho
hoy santa Teresa? La respuesta teórica ya la dimos. Si la obra que Dios le
pidió en el siglo XVI es de la misma vigencia y de la misma necesidad en el
siglo XX, seguramente hubiera hecho lo mismo. En cuanto a la respuesta
práctica, o existencial, si así queréis llamarla, una de ellas es lo que ha
hecho la Madre Maravillas. Conservar ese espíritu de contemplación amorosa y
misionera al máximo, en ese formato de autenticidad, de pobreza, de trabajo
manual, de silencio, de alegría clásico del Carmelo. Conservar y multiplicar
estos “palomarcitos de la Virgen” como oasis de paz, de oración, de amor en
medio de ese mundo amargado, conflictivo, triste a pesar de su egoísmo, y
precisamente por ello, porque ese egoísmo, como ha dicho el Papa, proporciona
placeres, pero no alegría. Bajo esta perspectiva, Madre Maravillas es una santa
Teresa de hoy, como muchos la han llamado, entre ellos, varios de los
Consultores Teólogos que en Roma, en 1996, estudiaron la heroicidad de sus
virtudes. Ese ha sido su carisma, esa ha sido su misión.